Ahora le toca a África. Desde los ochenta no han nacido más que teorías pesimistas sobre el gran continente. Fue en ese momento cuando África perdió el tren de la globalización. Se dice que fue culpa nuestra, de los occidentales, pero es una simplificación.
Emulando a Collier, generalicemos y digamos que África ha caído en cuatro trampas: los conflictos –interminables e insostenibles–, los recursos naturales –con gobiernos que viven de rentas–, los propios gobiernos –con países que consideran al Estado un ente desconocido– y la no salida al mar, unido a unos vecinos difíciles como en una comunidad de propietarios mal avenida, lo que hace imposible el acceso al comercio internacional.
Sin embargo, tampoco fue solo eso. Ojalá. Los africanos también adolecen de inversión extranjera directa, de un sistema financiero desarrollado, no saben sacar partido de las pocas remesas que les llegan, sufren de fuga de cerebros, carecen de derechos de propiedad y, además, crecen lentamente. Pero crecen. No lo olvidemos.
De ahí mi optimismo: son lentos (con una media de entre 0,5% y 1,7% anual) y nosotros, muy rápidos. Digamos que vamos en avión mientras ellos buscan cómo construir su bicicleta. Han sufrido un cúmulo de desgracias que han provocado el pesimismo y la desconfianza sobre su posible mejora. Pero todo llega.
Démosles tiempo. Se les presentan nuevas oportunidades: el Mundial de Sudáfrica, la búsqueda china de recursos… Veamos cómo evolucionan. Vivimos una crisis energética, el temor al fin de nuestras reservas y África posee todos estos recursos: gas, petróleo, carbón… pero también, diamantes, minerales o coltán.
Recordemos que China llegará a niveles occidentales. Necesitaremos otra nueva fábrica con mano de obra barata. Será entonces cuando volvamos a mirar a la olvidada África… Su momento está llegando.
Emulando a Collier, generalicemos y digamos que África ha caído en cuatro trampas: los conflictos –interminables e insostenibles–, los recursos naturales –con gobiernos que viven de rentas–, los propios gobiernos –con países que consideran al Estado un ente desconocido– y la no salida al mar, unido a unos vecinos difíciles como en una comunidad de propietarios mal avenida, lo que hace imposible el acceso al comercio internacional.
Sin embargo, tampoco fue solo eso. Ojalá. Los africanos también adolecen de inversión extranjera directa, de un sistema financiero desarrollado, no saben sacar partido de las pocas remesas que les llegan, sufren de fuga de cerebros, carecen de derechos de propiedad y, además, crecen lentamente. Pero crecen. No lo olvidemos.
De ahí mi optimismo: son lentos (con una media de entre 0,5% y 1,7% anual) y nosotros, muy rápidos. Digamos que vamos en avión mientras ellos buscan cómo construir su bicicleta. Han sufrido un cúmulo de desgracias que han provocado el pesimismo y la desconfianza sobre su posible mejora. Pero todo llega.
Démosles tiempo. Se les presentan nuevas oportunidades: el Mundial de Sudáfrica, la búsqueda china de recursos… Veamos cómo evolucionan. Vivimos una crisis energética, el temor al fin de nuestras reservas y África posee todos estos recursos: gas, petróleo, carbón… pero también, diamantes, minerales o coltán.
Recordemos que China llegará a niveles occidentales. Necesitaremos otra nueva fábrica con mano de obra barata. Será entonces cuando volvamos a mirar a la olvidada África… Su momento está llegando.
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