Esta historia viene de lejos. Ya Mandela en su momento –en el año 1995– manifestó una dura crítica contra el régimen nigeriano por la violación, sin ningún tipo de miramiento, de los derechos humanos. En ese momento, el mundo le dio la espalda: la lucha por los derechos humanos no parecía tener suficiente importancia.
La historia se repite: conocemos por la prensa que, debido al hacinamiento en las cárceles del país, Theadore Orji, el gobernador del Estado de Abia, va a ejecutar a aquellos presos que selectivamente decida.
Selectivamente: qué buen término. ¿De qué va a depender? ¿Será por el delito cometido? ¿O más bien se mirará edad y motivos para vivir? ¿Quizá se centren en la carga que lleven a sus espaldas? ¿Les preguntará alguien quién quiere presentarse como voluntario?
Lo peor es que Occidente lo contempla impasible, mientras que treinta y seis gobernadores lo apoyan. Ha sido Amnistía Internacional la que lo denunció, pero no ha habido ninguna aparición pública de las grandes democracias de Estados Unidos y Europa condenándolo.
No se condena esto, al igual que nunca se ha condenado la situación de esos presos, muchos a la espera de juicio desde hace décadas, y demasiados encarcelados sin haber cometido ningún delito. 870 personas condenadas a muerte, quizá, sin motivo alguno.
¿A qué esperamos? Tal vez es que la vida de los nigerianos vale menos que la de los iraquíes. Será eso. De ahí se explica nuestra actuación en un territorio y nuestra pasividad ante la falta de democracia en otro.
La historia se repite: conocemos por la prensa que, debido al hacinamiento en las cárceles del país, Theadore Orji, el gobernador del Estado de Abia, va a ejecutar a aquellos presos que selectivamente decida.
Selectivamente: qué buen término. ¿De qué va a depender? ¿Será por el delito cometido? ¿O más bien se mirará edad y motivos para vivir? ¿Quizá se centren en la carga que lleven a sus espaldas? ¿Les preguntará alguien quién quiere presentarse como voluntario?
Lo peor es que Occidente lo contempla impasible, mientras que treinta y seis gobernadores lo apoyan. Ha sido Amnistía Internacional la que lo denunció, pero no ha habido ninguna aparición pública de las grandes democracias de Estados Unidos y Europa condenándolo.
No se condena esto, al igual que nunca se ha condenado la situación de esos presos, muchos a la espera de juicio desde hace décadas, y demasiados encarcelados sin haber cometido ningún delito. 870 personas condenadas a muerte, quizá, sin motivo alguno.
¿A qué esperamos? Tal vez es que la vida de los nigerianos vale menos que la de los iraquíes. Será eso. De ahí se explica nuestra actuación en un territorio y nuestra pasividad ante la falta de democracia en otro.
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