Hay que remontarse a los años 70, cuando el cambio político de la dictadura a la democracia cursaba con una profunda crisis económica y una gran escalada terrorista, para encontrar a tanta gente tan profundamente deprimida y preocupada por el futuro propio y el del país. Si la "temperatura ambiente" de la sociedad se mide por el estado de ánimo de las amas de casa, del tabernero, del taxista, de los profesores, de los autónomos, de los empresarios, de los profesionales y de los jubilados, la verdad es que se percibe una gran inquietud causada por la enorme incertidumbre e inseguridad ante el futuro.
El Gobierno acaba de presentar un paquete de medidas severas para reducir el déficit público, según parece por mandato de nuestros socios europeos y americano, cuya primera consecuencia es el empobrecimiento general de los de siempre, que son víctimas de una crisis que ellos no causaron. Seguramente son medidas necesarias, pero muy duras, sobre todo para los jubilados y funcionarios -en Galicia más de un millón de personas- que ven como se congelan sus pensiones y recortan sus salarios mientras constatan que todas las administraciones derrochan el dinero a espuertas.
También este Gobierno, que sí ha cambiado y gobierna a bandazos aunque el presidente diga lo contrario, queda sin discurso al castigar a los más débiles y pierde una nueva oportunidad de atacar el fraude fiscal y la economía sumergida; de recortar muchos gastos discrecionales y de eliminar cientos de subvenciones totalmente prescindibles. Decía un funcionario que "el problema de este país no está tanto en saber de donde sacas el dinero sino en controlar donde se gasta".
Por el bien de todos, ojalá se aprueben estas tardías medidas y den el resultado esperado, aunque el ajuste también recorta la inversión y, por tanto sacrifica el crecimiento y muchas posibilidades de recuperación de la economía, que ya fue revisada a la baja.
Ahora falta saber qué más nos espera después de este recorte, una incógnita que justifica plenamente la depresión anímica de la población. Que aún así aporta su "contribución solidaria para salir de la crisis", eufemismo que emplean las vicepresidentas para no nombrar la subida de impuestos y los recortes salariales.
El Gobierno acaba de presentar un paquete de medidas severas para reducir el déficit público, según parece por mandato de nuestros socios europeos y americano, cuya primera consecuencia es el empobrecimiento general de los de siempre, que son víctimas de una crisis que ellos no causaron. Seguramente son medidas necesarias, pero muy duras, sobre todo para los jubilados y funcionarios -en Galicia más de un millón de personas- que ven como se congelan sus pensiones y recortan sus salarios mientras constatan que todas las administraciones derrochan el dinero a espuertas.
También este Gobierno, que sí ha cambiado y gobierna a bandazos aunque el presidente diga lo contrario, queda sin discurso al castigar a los más débiles y pierde una nueva oportunidad de atacar el fraude fiscal y la economía sumergida; de recortar muchos gastos discrecionales y de eliminar cientos de subvenciones totalmente prescindibles. Decía un funcionario que "el problema de este país no está tanto en saber de donde sacas el dinero sino en controlar donde se gasta".
Por el bien de todos, ojalá se aprueben estas tardías medidas y den el resultado esperado, aunque el ajuste también recorta la inversión y, por tanto sacrifica el crecimiento y muchas posibilidades de recuperación de la economía, que ya fue revisada a la baja.
Ahora falta saber qué más nos espera después de este recorte, una incógnita que justifica plenamente la depresión anímica de la población. Que aún así aporta su "contribución solidaria para salir de la crisis", eufemismo que emplean las vicepresidentas para no nombrar la subida de impuestos y los recortes salariales.
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