Hoy hablaré de ellos: los desprotegidos, los indefensos y los utilizados.
Sorprendentemente, una democracia como EEUU no ha firmado su convención de derechos, aunque dicen que los respetan. Las multinacionales ya es otra historia —solo hay que recordar el caso de Nike.
Me indigna. Me ofende que los valores que respetamos en nuestros territorios se olviden nada más pasar la aduana. Me inquieta que se acepten estas prácticas por el mero hecho de que “es necesario; sino su situación podría ser peor”. Harta de estos argumentos: todo puede empeorar, pero en nuestra mano está la lucha por mejorarlo, no la apatía por verlo imposible.
Gran falacia de la globalización: creemos que, aunque vivan situaciones infrahumanas, es positivo porque les ayudamos a alcanzar su subsistencia. Todo el mundo tiene un precio, pero esa ética que todos decimos profesar debería indicarnos qué línea es infranqueable. Y no lo hace.
¿Por qué no buscamos cómo solucionarlo? No es fácil, pero me inspira el sistema sueco de castigo de penas en origen —penas de prisión a aquellos que realicen turismo sexual, por abuso a mujeres y niños− o la subida salarial de un tanto por ciento a las mujeres con hijos por tenerlos escolarizados.
Ideas simples, sin base científica; lo dejo en mano de los especialistas. Me limito a proponer, a recordar que es nuestra obligación controlar y castigar a nuestras empresas, nos afecte o no directamente.
Si no fomentamos el cambio, los derechos no serán más que un mero papel firmado, no vinculante y nada efectivo. El progreso de las naciones está en sus manos. No las embrutezcamos.
Sorprendentemente, una democracia como EEUU no ha firmado su convención de derechos, aunque dicen que los respetan. Las multinacionales ya es otra historia —solo hay que recordar el caso de Nike.
Me indigna. Me ofende que los valores que respetamos en nuestros territorios se olviden nada más pasar la aduana. Me inquieta que se acepten estas prácticas por el mero hecho de que “es necesario; sino su situación podría ser peor”. Harta de estos argumentos: todo puede empeorar, pero en nuestra mano está la lucha por mejorarlo, no la apatía por verlo imposible.
Gran falacia de la globalización: creemos que, aunque vivan situaciones infrahumanas, es positivo porque les ayudamos a alcanzar su subsistencia. Todo el mundo tiene un precio, pero esa ética que todos decimos profesar debería indicarnos qué línea es infranqueable. Y no lo hace.
¿Por qué no buscamos cómo solucionarlo? No es fácil, pero me inspira el sistema sueco de castigo de penas en origen —penas de prisión a aquellos que realicen turismo sexual, por abuso a mujeres y niños− o la subida salarial de un tanto por ciento a las mujeres con hijos por tenerlos escolarizados.
Ideas simples, sin base científica; lo dejo en mano de los especialistas. Me limito a proponer, a recordar que es nuestra obligación controlar y castigar a nuestras empresas, nos afecte o no directamente.
Si no fomentamos el cambio, los derechos no serán más que un mero papel firmado, no vinculante y nada efectivo. El progreso de las naciones está en sus manos. No las embrutezcamos.
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