Thursday, August 30, 2007

El país se descapitaliza


Agosto es prácticamente inhábil y los sucesos suelen acaparar los mejores espacios en los medios de comunicación. Por eso, tampoco es un buen mes para presentar estudios relevantes porque corren el riesgo de pasar desapercibidos.

Pero hay excepciones. La semana pasada, investigadores de la USC daban a conocer las conclusiones de un estudio, que se pueden reducir a dos: primera, que en Galicia la proporción de personas mayores de sesenta años crece imparablemente y ya se acerca al 30% del total de la población, el doble de hace cuarenta años, por una mayor esperanza de vida, la caída de la natalidad y el rebrote de la emigración.

La segunda conclusión de ese estudio es esa nueva ola emigratoria, el rebrote de un proceso que ahora se ceba con virulencia en la juventud que se ve obligada a emigrar porque en su país solo encuentran subempleos y precariedad laboral con retribuciones de miseria.

Unos, los de menos cualificación profesional se van a allí (Canarias, Baleares?) donde encuentran estabilidad y retribuciones salariales acordes a su formación y esfuerzo en los sectores de la construcción o en la hostelería. Otros, aquellos que han cursado sus estudios con brillantez y están muy bien preparados, se van a las economías pujantes y consolidadas de Madrid, Barcelona y Valencia o a Portugal e Inglaterra (titulados en Ciencias de la Salud), donde son valorados y apreciados.

Ambas conclusiones eran conocidas, pero las cifras son escalofriantes. En los últimos cinco años se fueron unos 69.000 jóvenes con oficio aprendido y estudios universitarios, un drama que descapitaliza al país de su activo más importante, que tendría que ser el recambio biológico para el sistema productivo.

Que nuestras empresas e instituciones dejen marchar a la juventud trabajadora y bien formada puede ser una prueba de que la nuestra es una economía concebida más como un negocio a corto plazo que con el objetivo de permanecer en mercados competitivos. Porque un país incapaz de fijar a su población joven con empleos decentes puede crecer coyunturalmente más que España, pero tiene poco futuro.

Wednesday, August 29, 2007

Nombres propios


Las páginas de los periódicos se tiñen de luto estos días. Arcano indescifrable del destino es que coincidan en el tiempo las muertes de dos hombres que marcaron un periodo muy concreto de mi vida: por un lado, Paco Umbral, a quien descubrí en mis últimos años de bachiller con ansias de plumas y letras, y por otro, al maestro Raymond Barre, aquel en cuyos dos tomos de su “Economía Política” me introduje en los secretos de la economía.

A Paco lo descubrí con la lectura de “El Giocondo”, en una época en que mi escaso presupuesto me obligaba a buscar ediciones de bolsillo y a descubrir en las estanterías de las librerías autores y volúmenes. Lo leí dos veces seguidas: acabé y volví a empezar. Esta costumbre sólo la tenía con aquellos que me sorprendían sobremanera. La segunda lectura era para fijarme fundamentalmente en cómo escribía y no en qué escribía.

Era una época en que mi pasión se centraba en Martín Santos, la generación del 98, Sábato, Virginia Woolf y García Márquez. La escritura de Paco era fascinante: una misteriosa mezcla de gente de las calles madrileñas con la exquisitez de los salones imperiales. Tras El Giocondo, “La guapa gente de derechas” y la lectura de sus artículos, que siempre practicó con profusión y generosidad. De él aprendí que nada es ajeno al escritor, desde el encuentro diario con el vecino en la escalera hasta la más profunda discusión filosófica. Ahí está la grandeza del escritor que vive la literatura, una grandeza que, con los años y las distancias debidas, reencontré en Carlos Casares.

Barre, por su parte, eran dos gruesos volúmenes magníficamente encuadernados que elegí por iniciativa propia para complementar el texto de “Introducción a la Economía” de Pérez de Armiñán. Éste era el obligatorio en la asignatura que me tocó a finales de la década de 1970, y yo lo encontraba excesivamente literario, no por su brillante prosa, sino por su superficialidad a la hora de enfocar algunos de los temas.

Entre la bibliografía recomendada en aquella asignatura se encontraba el texto de Barre, un economista metido a político, que había sido publicado poco tiempo antes, y lo elegí tras un breve examen en una de las librerías de la calle Libreros de Madrid. Desde entonces, y aún no comulgando con algunas de sus manifestaciones excesivamente liberales, sigue ocupando un lugar de honor en mi librería.

Entre ambos, descubro que Rosa Regás ha dimitido, algo que no echarán de menos los editores de periódicos, pero sí posiblemente los empleados de la Biblioteca Nacional. En política, las opiniones no son libres.

Monday, August 27, 2007

Productividad

Un estudio de IESE y Adecco revela que los tres países con jornadas laborales medias más breves (Holanda, Alemania y Bélgica) se encontraban entre los cuatro con la productividad por hora mayor. España se situaba en 2006, en ese mismo estudio, a la cola, por encima únicamente de Portugal y Polonia.

El estudio constata una evidencia de libro: trabajar más horas no significa producir más. Todo lo contrario, el incremento en número de horas se traduce en una menor productividad por hora trabajada. Es decir, existe una relación inversa entre el tiempo de trabajo y la productividad.

La productividad es un indicador que tiene múltiples lecturas. Se trata, en definitiva, de un cociente que, aislado del contexto y sin otros indicadores que lo maticen, ofrece conclusiones para todos los gustos.

Como cociente, en su numerador se encuentra la producción realizada, y en el denominador, el tiempo invertido o cualquier otra variable que se quiera tomar. Para incrementar un cociente, o se aumenta el numerador o se disminuye el denominador: así, con más producción, mayor cociente, es decir mayor productividad. Pero el mismo resultado se obtiene con menor denominador, es decir, menor tiempo invertido si mantenemos la producción del numerador o incluso la aumentamos. A eso se le llama motivación.

Que cada cual extraiga la conclusión que quiera.

Saturday, August 25, 2007

La historia de un libro

Todas las historias tienen su libro, incluso muchos libros. Hay libros de pícaros, de amor, bélicos, de episodios históricos... Hay historias de amor y de odio, y libros que nos cuentan las glorias, miserias y desventuras del ser humano; unos nos dicen cómo es el hombre, y otros, la naturaleza. Hay libros para jóvenes y viejos, ricos y pobres, hombres y mujeres, niños y truhanes..., aunque -no recuerdo quién lo dijera- hay quien piensa que no existen libros "para", sino libros buenos y malos, en un supremo intento de calificar los contenidos y las formas.

Hoy descubrí por casualidad un libro oculto tras muchos otros en un rincón de mi casa. Como ya no sé dónde colocar los libros, primero los agrupo con aire marcial, es decir, en filas, una detrás de otra, marchando sobre el estante hasta asomar por su mismo borde; otros descansan sobre la aparente robustez de sus hermanos, apelotonados en un afán sospechoso de aprovechar la altura a falta de otra cosa; algunos se esconden bajo las camas, lo que no deja de ser una manera útil de reconvertir los libros de cabecera en libros de espaldar, siempre más provechosos para los que padecen de columna; muchos otros nos agobian sustituyendo las letras por los números y las fórmulas matemáticas, que pertenecen a un lenguaje más universal pero no apto para aprendices de alquimista; y los menos, para gracia o desgracia nuestra, se pierden acurrucados como ratón tímido en algún oscuro recoveco hasta ocultarse incluso en nuestra memoria.

Pues hoy descubrí un libro que ya no recordaba y, de pronto, vinieron a mi recuerdo historias personales asociadas a este libro, para mí tan valiosas como las historias personales de su autor, en este caso León Felipe. El libro es una antología editada en su día por Austral, que me hizo revivir los años de la transición, la avenida Reina Victoria hasta los primeros copos de nieve con que me saludaban los colegios mayores, una fría tarde de febrero saliendo de la Facultad de Matemáticas extrañado ante la larguísima hilera de coches en dirección a la carretera de La Coruña, las primeras recomendaciones ante terceros de un columnista del prestigio de Abel Hernández, y sobre todo, aquel permanente recitar de algunos de estos poemas al compás de la música de Paco Ibáñez, que a veces me sobresaltaba en el metro cuando percibía la discreta mirada de un compañero de vagón y viaje ante mi susurro musical.

Es la otra historia de este libro, la historia personal que camina paralela a tu historia, amigo lector, a la historia del propia autor, a nuestra Historia.

Gilipolleces

Siguen los dires y diretes de la galleguidad de Unión Fenosa, pero no voy a caer en la tentación de dedicarle ni un minuto más a este tema. El tiempo es el que pone a cada cual en su sitio, y veremos si lo que prima a la hora de gestionar una empresa es su localización (¿no estábamos en la era de la glocalización?) o su rentabilidad económica. Por cierto, sobre el particular de dónde se origina su negocio y el argumento de dónde queda la contaminación, habría que tener la misma celeridad para analizar a otras empresas.

El fin de semana, por lo demás, me ha permitido seguir disfrutando con los artículos de Pérez Reverte. He de confesar que no era un autor de mi predilección, aunque siempre le concedía la maestría del argumento y la estructura de la obra. Ahora ha sido él quien le contestó a Umbral y, eso sí, concediéndole en este caso la maestría del estilo.

No volví a leer a Umbral desde que tenía diecisiete años. "En aquella época leía yo a los famosos", y Umbral lo era. Me admiraba la maestría de giocondo y oropeles que más tarde me dejó indiferente, rendido como estuve al rigor intelectual de otros autores, en aquel entonces del 98. Y desde que cayó en la vulgaridad mercantil de la pecunia y las televisiones (¡cuánta gilipollez en tan pocos minutos!), he permanecido totalmente alejado incluso de sus artículos hasta ahora, en que Reverte me recordó que aún vivía. No sé si lo siento.