Todas las historias tienen su libro, incluso muchos libros. Hay libros de pícaros, de amor, bélicos, de episodios históricos... Hay historias de amor y de odio, y libros que nos cuentan las glorias, miserias y desventuras del ser humano; unos nos dicen cómo es el hombre, y otros, la naturaleza. Hay libros para jóvenes y viejos, ricos y pobres, hombres y mujeres, niños y truhanes..., aunque -no recuerdo quién lo dijera- hay quien piensa que no existen libros "para", sino libros buenos y malos, en un supremo intento de calificar los contenidos y las formas.
Hoy descubrí por casualidad un libro oculto tras muchos otros en un rincón de mi casa. Como ya no sé dónde colocar los libros, primero los agrupo con aire marcial, es decir, en filas, una detrás de otra, marchando sobre el estante hasta asomar por su mismo borde; otros descansan sobre la aparente robustez de sus hermanos, apelotonados en un afán sospechoso de aprovechar la altura a falta de otra cosa; algunos se esconden bajo las camas, lo que no deja de ser una manera útil de reconvertir los libros de cabecera en libros de espaldar, siempre más provechosos para los que padecen de columna; muchos otros nos agobian sustituyendo las letras por los números y las fórmulas matemáticas, que pertenecen a un lenguaje más universal pero no apto para aprendices de alquimista; y los menos, para gracia o desgracia nuestra, se pierden acurrucados como ratón tímido en algún oscuro recoveco hasta ocultarse incluso en nuestra memoria.
Pues hoy descubrí un libro que ya no recordaba y, de pronto, vinieron a mi recuerdo historias personales asociadas a este libro, para mí tan valiosas como las historias personales de su autor, en este caso León Felipe. El libro es una antología editada en su día por Austral, que me hizo revivir los años de la transición, la avenida Reina Victoria hasta los primeros copos de nieve con que me saludaban los colegios mayores, una fría tarde de febrero saliendo de la Facultad de Matemáticas extrañado ante la larguísima hilera de coches en dirección a la carretera de La Coruña, las primeras recomendaciones ante terceros de un columnista del prestigio de Abel Hernández, y sobre todo, aquel permanente recitar de algunos de estos poemas al compás de la música de Paco Ibáñez, que a veces me sobresaltaba en el metro cuando percibía la discreta mirada de un compañero de vagón y viaje ante mi susurro musical.
Es la otra historia de este libro, la historia personal que camina paralela a tu historia, amigo lector, a la historia del propia autor, a nuestra Historia.
Hoy descubrí por casualidad un libro oculto tras muchos otros en un rincón de mi casa. Como ya no sé dónde colocar los libros, primero los agrupo con aire marcial, es decir, en filas, una detrás de otra, marchando sobre el estante hasta asomar por su mismo borde; otros descansan sobre la aparente robustez de sus hermanos, apelotonados en un afán sospechoso de aprovechar la altura a falta de otra cosa; algunos se esconden bajo las camas, lo que no deja de ser una manera útil de reconvertir los libros de cabecera en libros de espaldar, siempre más provechosos para los que padecen de columna; muchos otros nos agobian sustituyendo las letras por los números y las fórmulas matemáticas, que pertenecen a un lenguaje más universal pero no apto para aprendices de alquimista; y los menos, para gracia o desgracia nuestra, se pierden acurrucados como ratón tímido en algún oscuro recoveco hasta ocultarse incluso en nuestra memoria.
Pues hoy descubrí un libro que ya no recordaba y, de pronto, vinieron a mi recuerdo historias personales asociadas a este libro, para mí tan valiosas como las historias personales de su autor, en este caso León Felipe. El libro es una antología editada en su día por Austral, que me hizo revivir los años de la transición, la avenida Reina Victoria hasta los primeros copos de nieve con que me saludaban los colegios mayores, una fría tarde de febrero saliendo de la Facultad de Matemáticas extrañado ante la larguísima hilera de coches en dirección a la carretera de La Coruña, las primeras recomendaciones ante terceros de un columnista del prestigio de Abel Hernández, y sobre todo, aquel permanente recitar de algunos de estos poemas al compás de la música de Paco Ibáñez, que a veces me sobresaltaba en el metro cuando percibía la discreta mirada de un compañero de vagón y viaje ante mi susurro musical.
Es la otra historia de este libro, la historia personal que camina paralela a tu historia, amigo lector, a la historia del propia autor, a nuestra Historia.
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