En el Fórum Gastronómico de Santiago que se celebró en febrero, el Director de Turismo de Cataluña presentó el “Camino de Sant Jaume a Galicia” -el Camino de Santiago en territorio catalán- que consideran un producto estrella para dotar al turismo de contenido cultural, patrimonial e histórico y enriquecer su oferta tradicional de sol y playa. Joan Vilalta decía que el Camino recoge la historia de Europa y para relanzarlo, además de la señalización, publicaron guías en catalán y castellano y preparan las versiones en francés e inglés.
Por aquellos días, mientras este técnico catalán nos enseñaba como ellos sacan provecho a su peculiar y pequeño xacobeo, en Galicia estábamos ocupados en peleas estériles entre políticos y administraciones que se zurraban con dureza repartiendo culpas y responsabilidades por los titubeantes comienzos del Año Santo.
Es verdad que el Xacobeo 2010 tuvo la mala suerte de nacer políticamente “en terreno de nadie”, a caballo entre un gobierno que se iba sin ocuparse de él y otro que, cuando tomó posesión, no disponía de tiempo suficiente -ni de ideas- para planificarlo con la altura requerida. La primera consecuencia fue la improvisación en campañas de promoción, en la programación que no incluye un evento capaz de situar a Santiago y a Galicia abriendo los telediarios, o en la elección del lema publicitario oficial, que no transmite una imagen de marca de este acontecimiento singular. A mayores, la poca colaboración del Gobierno central y el escaso apoyo económico de las empresas dejaron a la Xunta sola y desamparada frente a su organización, que recibió de todo menos elogios.
A pesar de todo, el Xacobeo y sus caminos mantienen viva una tradición milenaria y son el mejor reclamo para que Compostela y Galicia reciban el espaldarazo de miles de peregrinos, algunos tan distinguidos como los Príncipes, los Reyes o el Papa, y una buena inyección económica. Por eso debería ser un elemento de consenso que aunara esfuerzos de todos para impulsar los caminos, mejorar y aumentar los albergues y acoger calidamente a los peregrinos. En Cataluña, decía el director de Turismo, “estaríamos encantados de tener un xacobeo” y aquí deberíamos valorar más nuestro Xacobeo de Galicia.
Por aquellos días, mientras este técnico catalán nos enseñaba como ellos sacan provecho a su peculiar y pequeño xacobeo, en Galicia estábamos ocupados en peleas estériles entre políticos y administraciones que se zurraban con dureza repartiendo culpas y responsabilidades por los titubeantes comienzos del Año Santo.
Es verdad que el Xacobeo 2010 tuvo la mala suerte de nacer políticamente “en terreno de nadie”, a caballo entre un gobierno que se iba sin ocuparse de él y otro que, cuando tomó posesión, no disponía de tiempo suficiente -ni de ideas- para planificarlo con la altura requerida. La primera consecuencia fue la improvisación en campañas de promoción, en la programación que no incluye un evento capaz de situar a Santiago y a Galicia abriendo los telediarios, o en la elección del lema publicitario oficial, que no transmite una imagen de marca de este acontecimiento singular. A mayores, la poca colaboración del Gobierno central y el escaso apoyo económico de las empresas dejaron a la Xunta sola y desamparada frente a su organización, que recibió de todo menos elogios.
A pesar de todo, el Xacobeo y sus caminos mantienen viva una tradición milenaria y son el mejor reclamo para que Compostela y Galicia reciban el espaldarazo de miles de peregrinos, algunos tan distinguidos como los Príncipes, los Reyes o el Papa, y una buena inyección económica. Por eso debería ser un elemento de consenso que aunara esfuerzos de todos para impulsar los caminos, mejorar y aumentar los albergues y acoger calidamente a los peregrinos. En Cataluña, decía el director de Turismo, “estaríamos encantados de tener un xacobeo” y aquí deberíamos valorar más nuestro Xacobeo de Galicia.
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