No sabría decir cuáles son las verdaderas funciones del Senado que no desempeña papel alguno en la elección del presidente del Gobierno, es poco útil como Cámara de segunda lectura y su control al ejecutivo es una mala copia del control que ejerce el Congreso de los Diputados. Quizá por eso la "Cámara de representación territorial", como lo define la Constitución, sigue esperando una reforma identitaria que le convierta de verdad en órgano representativo de las Comunidades Autónomas. Mientras, la "senaduría" es una recompensa de los partidos a sus fieles.
Pero el Senado busca tener aspecto de "cámara territorial" y para ello sus señorías aprobaron una iniciativa de reforma del reglamento impulsada por Senadores nacionalistas para que en su seno puedan hablarse todos los idiomas del país. Quieren los senadores que la Cámara Alta se abra al "don de lenguas" para que refleje la España real que también es plurilingüe.
La deriva idiomática del Senado hará posible ver y escuchar a un senador gallego (y vasco, catalán o valenciano) debatiendo con un colega de El Bierzo, de Murcia o de Extremadura "traducción simultánea mediante" mientras están en la tribuna o en sus escaños. Porque concluida la sesión, se van a la cafetería a tomar las cañas hablando la lengua común.
Lo que no explicaron sus señorías es cuál va a ser la aportación del Senado plurilingüe al arraigo de los idiomas autóctonos, a la consolidación y progreso del modelo de Estado autonómico o a la mejora del bienestar de sus electores.
Por eso quizá no sea políticamente correcto decirlo, pero parece una frivolidad que, con la que está cayendo, sus señorías rechacen el idioma común que todos conocen para debatir y buscar soluciones a problemas también comunes, un rechazo que no se sabe si encaja mejor en el género del esperpento, del teatro de lo absurdo o de lo ridículo elevado a categoría política.
Moisés Naím, un acreditado analista político, dice que en democracia a veces ocurre que los intereses más defendidos por los gobiernos no son los de los sectores más numerosos, sino los de los más vociferantes.
Dicho en versión libre, la democracia permite también que se tomen decisiones que la sana razón ni comprende, ni aprueba. Realmente, España es diferente.
Pero el Senado busca tener aspecto de "cámara territorial" y para ello sus señorías aprobaron una iniciativa de reforma del reglamento impulsada por Senadores nacionalistas para que en su seno puedan hablarse todos los idiomas del país. Quieren los senadores que la Cámara Alta se abra al "don de lenguas" para que refleje la España real que también es plurilingüe.
La deriva idiomática del Senado hará posible ver y escuchar a un senador gallego (y vasco, catalán o valenciano) debatiendo con un colega de El Bierzo, de Murcia o de Extremadura "traducción simultánea mediante" mientras están en la tribuna o en sus escaños. Porque concluida la sesión, se van a la cafetería a tomar las cañas hablando la lengua común.
Lo que no explicaron sus señorías es cuál va a ser la aportación del Senado plurilingüe al arraigo de los idiomas autóctonos, a la consolidación y progreso del modelo de Estado autonómico o a la mejora del bienestar de sus electores.
Por eso quizá no sea políticamente correcto decirlo, pero parece una frivolidad que, con la que está cayendo, sus señorías rechacen el idioma común que todos conocen para debatir y buscar soluciones a problemas también comunes, un rechazo que no se sabe si encaja mejor en el género del esperpento, del teatro de lo absurdo o de lo ridículo elevado a categoría política.
Moisés Naím, un acreditado analista político, dice que en democracia a veces ocurre que los intereses más defendidos por los gobiernos no son los de los sectores más numerosos, sino los de los más vociferantes.
Dicho en versión libre, la democracia permite también que se tomen decisiones que la sana razón ni comprende, ni aprueba. Realmente, España es diferente.
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