El próximo fin de semana vuelve el fútbol, la liga más espectacular que seguramente dirimirán dos equipos, Madrid y Barcelona, con sus rutilantes fichajes. Corre por Madrid el dicho "Dios creó el cielo y Florentino puso las estrellas" para recordar la orgía compradora de este Club de la capital con el record de 94 millones pagados por un solo jugador que causó gran asombro planetario, como diría Leire Pajín. El club catalán tampoco queda a la zaga en este desmadre comprador.
Líbreme Dios de cuestionar la legalidad de esas operaciones en el marco del libre mercado en el que esas entidades pueden invertir sus dineros como consideren oportuno. Pero sorprende que se acepte con tanta naturalidad que esos clubes -y casi todos menos los gallegos- gasten cantidades tan desorbitadas en un país que vive la mayor crisis de su historia moderna, con un sistema productivo en descomposición; con miles de empresarios y autónomos a los que se les niega un crédito para subsistir o invertir en sus procesos productivos; con más de cuatro millones de parados que no caben en todos los estadios, muchos sin la cobertura de los 420 euros; con el bajo nivel de sueldos y pensiones y con un montón más de carencias, necesidades y problemas.
También cuesta entender, aún siendo aficionado a este deporte, que esos y otros dispendios los realicen algunos clubes económicamente arruinados, otros que sobreviven gracias a puntuales pelotazos recalificadores y casi todos deudores con la seguridad social y morosos con las entidades financieras que, incomprensiblemente, les siguen dando créditos. El escándalo se agranda con los sueldos que asignan a los jugadores que en el caso de los extranjeros gozan del extraño privilegio de tributar a Hacienda al tipo impositivo de mileuristas, mientras el Gobierno amenaza a los demás mortales con una subida general de impuestos.
En fin que, en palabras de Vujadin Boskov, "fútbol es fútbol", todo un fenómeno social analizable desde muchos puntos de vista, que hoy sobrevive en un entorno proceloso sorteando peligrosos desafíos legales y financieros. Seguramente son necesarios esos excesos para que la gente se desahogue y entretenga en las tardes del domingo para olvidar la realidad prosaica.
Líbreme Dios de cuestionar la legalidad de esas operaciones en el marco del libre mercado en el que esas entidades pueden invertir sus dineros como consideren oportuno. Pero sorprende que se acepte con tanta naturalidad que esos clubes -y casi todos menos los gallegos- gasten cantidades tan desorbitadas en un país que vive la mayor crisis de su historia moderna, con un sistema productivo en descomposición; con miles de empresarios y autónomos a los que se les niega un crédito para subsistir o invertir en sus procesos productivos; con más de cuatro millones de parados que no caben en todos los estadios, muchos sin la cobertura de los 420 euros; con el bajo nivel de sueldos y pensiones y con un montón más de carencias, necesidades y problemas.
También cuesta entender, aún siendo aficionado a este deporte, que esos y otros dispendios los realicen algunos clubes económicamente arruinados, otros que sobreviven gracias a puntuales pelotazos recalificadores y casi todos deudores con la seguridad social y morosos con las entidades financieras que, incomprensiblemente, les siguen dando créditos. El escándalo se agranda con los sueldos que asignan a los jugadores que en el caso de los extranjeros gozan del extraño privilegio de tributar a Hacienda al tipo impositivo de mileuristas, mientras el Gobierno amenaza a los demás mortales con una subida general de impuestos.
En fin que, en palabras de Vujadin Boskov, "fútbol es fútbol", todo un fenómeno social analizable desde muchos puntos de vista, que hoy sobrevive en un entorno proceloso sorteando peligrosos desafíos legales y financieros. Seguramente son necesarios esos excesos para que la gente se desahogue y entretenga en las tardes del domingo para olvidar la realidad prosaica.
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