Ayer aparecían pequeños "brotes verdes" con el aumento de la confianza de los consumidores y una ligera mejora del empleo, sobre todo en Galicia. Pero la semana pasada, antes de que medio país se fuera a descansar, fue pródiga en "líneas rojas", con noticias inquietantes, desde el deterioro de las cuentas públicas, el déficit desbocado o la caída del consumo y la inversión hasta la amenaza de deflación. Con este clima de incertidumbre económica las tres partes del llamado diálogo social se levantaron de la mesa negociadora en medio de una gran representación.
El presidente del Gobierno, más parte que árbitro, escenificó la ruptura con cierta virulencia y mal talante culpando a la patronal. Amenaza con gobernar, aunque parece que solo confía en que el destino resuelva la crisis. Los sindicatos, crecidos, mantuvieron sus posiciones de más subsidio y prestaciones para presentarse ante sus afiliados con más avance social. Da la impresión que ponen más empeño en defender a los empleados fijos que en tender la mano a alguna reforma que abra el mercado laboral a miles de trabajadores condenados a la temporalidad, a la precariedad o al subsidio. La patronal pasa por ser la culpable de la ruptura. Su exigencia de reforma laboral y rebaja fiscal fue la gota que rebasó el vaso de lo negociable al poner en peligro, según la versión oficial, las cuentas de la seguridad social y las pensiones.
En fin, que "entre todos lo mataron y el solito se murió" y Gobierno, Sindicatos y Patronal se fueron de vacaciones. Es verdad que tampoco resolverían la crisis con la rebaja de unos puntos en las cotizaciones empresariales a la seguridad social o con unos meses más de protección a los parados, porque esta situación de "emergencia económica" requiere mucho más diálogo y un gran Pacto de Estado entre las fuerzas económicas, sindicales y políticas, incluidas las autonomías, cuya Conferencia de Presidentes echa de menos el presidente Feijóo.
Ese pacto no parece posible. Pero cuando en otoño vuelvan a la mesa negociadora, puede que sea para continuar sus peleas en la cubierta de sus posiciones mientras el temporal económico amenaza con hundir el navío del país. Por decirlo suavemente, parecen poco responsables.
El presidente del Gobierno, más parte que árbitro, escenificó la ruptura con cierta virulencia y mal talante culpando a la patronal. Amenaza con gobernar, aunque parece que solo confía en que el destino resuelva la crisis. Los sindicatos, crecidos, mantuvieron sus posiciones de más subsidio y prestaciones para presentarse ante sus afiliados con más avance social. Da la impresión que ponen más empeño en defender a los empleados fijos que en tender la mano a alguna reforma que abra el mercado laboral a miles de trabajadores condenados a la temporalidad, a la precariedad o al subsidio. La patronal pasa por ser la culpable de la ruptura. Su exigencia de reforma laboral y rebaja fiscal fue la gota que rebasó el vaso de lo negociable al poner en peligro, según la versión oficial, las cuentas de la seguridad social y las pensiones.
En fin, que "entre todos lo mataron y el solito se murió" y Gobierno, Sindicatos y Patronal se fueron de vacaciones. Es verdad que tampoco resolverían la crisis con la rebaja de unos puntos en las cotizaciones empresariales a la seguridad social o con unos meses más de protección a los parados, porque esta situación de "emergencia económica" requiere mucho más diálogo y un gran Pacto de Estado entre las fuerzas económicas, sindicales y políticas, incluidas las autonomías, cuya Conferencia de Presidentes echa de menos el presidente Feijóo.
Ese pacto no parece posible. Pero cuando en otoño vuelvan a la mesa negociadora, puede que sea para continuar sus peleas en la cubierta de sus posiciones mientras el temporal económico amenaza con hundir el navío del país. Por decirlo suavemente, parecen poco responsables.
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