Como la mayoría de los españoles que cuentan con una librería producto de unos cuantos años de pasión por la lectura, siento cada día los enormes inconvenientes del poco espacio, los muchos años de estudios y las no menos lecturas pendientes. No sabría decir cuántos libros se esconden de mis manos en los más variados rincones de la casa, pero seguro que muchos más que esa triste media de los hogares españoles, donde menos de uno de cada cuatro dice tener más de cincuenta libros. En mi caso, posiblemente alcance tal cantidad sólo la obra de Unamuno, atesorada en años de juventud y ediciones de bolsillo, cuando antes de entrar en la universidad ya había catalogado, a costa de mi paga semanal, seiscientas obras en mi habitación.
Ahora que comienza el descanso de agosto, esperemos que la lectura de al menos un solo libro acreciente, porcentualmente hablando, unas décimas más de nuestra puntuación total, y eso ayude a alcanzar al fin ese ridículo 25 por ciento. Al menos, que no sea la cultura de la barra libre que se enseña en nuestras televisiones el rasgo más característico de la juventud española en los arenales de nuestras costas un verano más.
Ahora que comienza el descanso de agosto, esperemos que la lectura de al menos un solo libro acreciente, porcentualmente hablando, unas décimas más de nuestra puntuación total, y eso ayude a alcanzar al fin ese ridículo 25 por ciento. Al menos, que no sea la cultura de la barra libre que se enseña en nuestras televisiones el rasgo más característico de la juventud española en los arenales de nuestras costas un verano más.
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