Decía Voltaire que la ignorancia afirma o niega rotundamente; la ciencia duda. Contemplar el panorama social actual causa desasosiego y preocupación. Jamás hemos tenido una juventud tan capacitada y con tantas posibilidades a su alcance, y nunca nos hemos peleado tanto con los modelos educativos, centrando las divergencias en ciertas materias concretas que, por lo demás, tampoco son en las que hemos demostrado especial brillantez en estos años.
Nunca hemos dispuesto de tantas posibilidades para aumentar el conocimiento, la información y la formación de los ciudadanos y, en cambio, es patético el espectáculo de los medios de comunicación consagrando y encumbrando la miseria intelectual.
En toda la historia hemos tenido como ahora el mundo a nuestros pies, y sigue causando lástima el comprobar que somos incapaces de articular la ayuda humanitaria a los más desamparados en plazos razonables.
En fin, seguimos enarbolando banderas de ignorancia, decantándonos por el sí o el no con furia inaplacable cuando lo que cabría es la duda, y desperdiciando recursos donde no cabe más que el sentido común.
Hace unos días me hicieron llegar un nuevo programa informático para combatir el lenguaje sexista, según sus creadores. Intrigado sobre cómo la informática puede combatir los prejuicios intelectuales, hice varias pruebas con él. Las últimas, por supuesto, introduciendo pasajes de obras cumbre de la literatura mundial.
¡Desastre! Como siempre, la ignorancia es muy osada, y el programa, que al final solo hace lo que sus programadores le escriben en lenguaje máquina, me sugiere que sustituya la palabra “chilenos” de la frase “haber sido capaz de convencer a los chilenos de que la derecha” por “personas que viven en Chile”, la evidente “los chilenos y las chilenas”, “la población chilena” o “personas que viven en Chile”. Y así sucesivamente con “políticos”, “clientes”, “extranjeros”… Todo un mar de simplezas apabullantes, que se presentan como el milagro de la erradicación del lenguaje machista.
Es superior a lo que un hombre de cultura media puede soportar. Me retuerzo en la silla cada vez que veo una arroba sustituyendo a una letra, o la estupidez elevada a la enésima potencia desplegada en el ansia de convertir el género en sexo en vez de estudiar gramática.
Cuanto menos piensan los hombres (y las mujeres), más hablan, decía Montesquieu. Hay algunos (y algunas) que solo hablan.
Nunca hemos dispuesto de tantas posibilidades para aumentar el conocimiento, la información y la formación de los ciudadanos y, en cambio, es patético el espectáculo de los medios de comunicación consagrando y encumbrando la miseria intelectual.
En toda la historia hemos tenido como ahora el mundo a nuestros pies, y sigue causando lástima el comprobar que somos incapaces de articular la ayuda humanitaria a los más desamparados en plazos razonables.
En fin, seguimos enarbolando banderas de ignorancia, decantándonos por el sí o el no con furia inaplacable cuando lo que cabría es la duda, y desperdiciando recursos donde no cabe más que el sentido común.
Hace unos días me hicieron llegar un nuevo programa informático para combatir el lenguaje sexista, según sus creadores. Intrigado sobre cómo la informática puede combatir los prejuicios intelectuales, hice varias pruebas con él. Las últimas, por supuesto, introduciendo pasajes de obras cumbre de la literatura mundial.
¡Desastre! Como siempre, la ignorancia es muy osada, y el programa, que al final solo hace lo que sus programadores le escriben en lenguaje máquina, me sugiere que sustituya la palabra “chilenos” de la frase “haber sido capaz de convencer a los chilenos de que la derecha” por “personas que viven en Chile”, la evidente “los chilenos y las chilenas”, “la población chilena” o “personas que viven en Chile”. Y así sucesivamente con “políticos”, “clientes”, “extranjeros”… Todo un mar de simplezas apabullantes, que se presentan como el milagro de la erradicación del lenguaje machista.
Es superior a lo que un hombre de cultura media puede soportar. Me retuerzo en la silla cada vez que veo una arroba sustituyendo a una letra, o la estupidez elevada a la enésima potencia desplegada en el ansia de convertir el género en sexo en vez de estudiar gramática.
Cuanto menos piensan los hombres (y las mujeres), más hablan, decía Montesquieu. Hay algunos (y algunas) que solo hablan.
No comments:
Post a Comment