Francisco de Goya pintó en una pared de "La Quinta del Sordo", su casa, el cuadro "Duelo a garrotazos", una pintura de gran belleza y plasticidad en la que dos personajes, hundidos en el lodazal hasta las rodillas, dirimen sus diferencias a palos en una pelea descarnada que les llevará a la muerte. El cuadro es una alegoría de cómo algunos españoles de entonces dirimían con frecuencia sus diferencias y discrepancias: a bastonazo limpio.
Ahora a los duelos a garrotazos les llamamos "crispación" y los contendientes suelen ser los políticos que se apalean dialécticamente sin contemplaciones y a veces sin reglas. En Galicia llevamos semanas presenciando un combate entre el Gobierno y la oposición que se zurran utilizando como garrote las "bases del decreto del plurilingüismo", que también está creando un clima social enrarecido, con asociaciones y colectivos posicionados a un lado y a otro, que culminará mañana con la huelga en la enseñanza.
El problema lingüístico es una vieja herida que se abre cíclicamente y desestabiliza el sistema educativo, perjudica a los niños, desorienta a los padres, entorpece la cohesión social y nos resta fuerzas a todos para ocuparnos en serio de las muchas debilidades y carencias de la enseñanza.
Por eso, Gobierno y oposición -y los convocados para analizar el borrador del decreto- deben reunirse para dialogar hasta llegar a un pacto que consolide un modelo educativo en el que convivan las dos lenguas y se enseñen en la proporción necesaria para que los alumnos adquieran competencia suficiente en cada una de ellas. La política es confrontación, pero en asunto tan sensible como este las posturas enconadas nublan la inteligencia e imposibilitan un diálogo libre de prejuicios para consensuar planes lingüísticos y educativos que trasciendan los planteamientos partidarios de una legislatura. Como harían Fraguas, Piñeiro o Casares, por citar solo tres gallegos de consenso que lo dieron todo por la lengua, los políticos deben sacar al país de este enredo: del popurri lingüístico de unos y de la intolerancia dogmática de otros. Simplemente llevando a las aulas la normalidad de la calle donde la gente se entiende hablando. Unas veces en gallego y otras en castellano.
Ahora a los duelos a garrotazos les llamamos "crispación" y los contendientes suelen ser los políticos que se apalean dialécticamente sin contemplaciones y a veces sin reglas. En Galicia llevamos semanas presenciando un combate entre el Gobierno y la oposición que se zurran utilizando como garrote las "bases del decreto del plurilingüismo", que también está creando un clima social enrarecido, con asociaciones y colectivos posicionados a un lado y a otro, que culminará mañana con la huelga en la enseñanza.
El problema lingüístico es una vieja herida que se abre cíclicamente y desestabiliza el sistema educativo, perjudica a los niños, desorienta a los padres, entorpece la cohesión social y nos resta fuerzas a todos para ocuparnos en serio de las muchas debilidades y carencias de la enseñanza.
Por eso, Gobierno y oposición -y los convocados para analizar el borrador del decreto- deben reunirse para dialogar hasta llegar a un pacto que consolide un modelo educativo en el que convivan las dos lenguas y se enseñen en la proporción necesaria para que los alumnos adquieran competencia suficiente en cada una de ellas. La política es confrontación, pero en asunto tan sensible como este las posturas enconadas nublan la inteligencia e imposibilitan un diálogo libre de prejuicios para consensuar planes lingüísticos y educativos que trasciendan los planteamientos partidarios de una legislatura. Como harían Fraguas, Piñeiro o Casares, por citar solo tres gallegos de consenso que lo dieron todo por la lengua, los políticos deben sacar al país de este enredo: del popurri lingüístico de unos y de la intolerancia dogmática de otros. Simplemente llevando a las aulas la normalidad de la calle donde la gente se entiende hablando. Unas veces en gallego y otras en castellano.
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