Un centenar de investigadores en economía firman una propuesta para la reactivación laboral en España que pasa por cuatro líneas de trabajo: eliminar la dualidad de los contratos, cuando el 30 por ciento del mercado tiene contratos temporales; cambiar de modelo en la protección de desempleo, modernizar la negociación colectiva y reformar las políticas activas de empleo.
Los economistas propugnan que las indemnizaciones por despido sean crecientes con los años trabajados, al tiempo que desaparecería la temporalidad. Además, dicen que habría que desincentivar la permanencia de los individuos en el paro elevando las prestaciones en los primeros meses en detrimento de su duración. En tercer lugar, abogan por cambiar el modelo jurídico que propugna la superioridad de los convenios de ámbito sectorial sobre los individuales, y por último, dicen que se deben gestionar las políticas de empleo con la participación de agencias privadas.
Los datos que aportan son aplastantes en la comparativa con otros países, y parecen avalar las tesis propuestas. Algunas de ellas, muy evidentes. El caos organizativo del modelo laboral y contractual español es insufrible para cualquier estudiante que se enfrente al Derecho Laboral por primera vez. Lo que es más cuestionable es que tenga que ser en época de vacas flacas cuando a tal número de mentes preclaras se les ocurra lanzar sus recetas milagrosas, si algunas de ellas eran ya muy visibles en épocas de vacas gordas, y más fácilmente implantables por aquel entonces. Parece razonable, pues, que sospechemos de la intencionalidad del manifiesto.
En estos momentos, el trabajador suma a la desconfianza sistémica hacia cualquier cosa que signifique el cambio de su estatus laboral, la propia desconfianza hacia una clase empresarial que en aquella época de abundancia ó bien no ha sabido gestionar su responsabilidad hacia los empleados ó bien no ha practicado ninguna política que los tuviera en cuenta.
Existen voces entre la clase empresarial y económica en estos días que incluso cuestionan el papel de formadores de los empresarios. Y eso sí que es un error estratégico. China y la India son países con una mano de obra muy barata, pero que año tras año nos presentan porcentajes de incremento de su población cualificada muy notorios, que apuntan a que posiblemente a medio plazo puedan competir no sólo en coste sino también por calidad. Y es esa baza, la de la calidad y la innovación la que podemos perder en los modelos productivos occidentales, bien porque jamás hemos sabido anteponer modelos formativos con visión de futuro a las pretensiones políticas de cada gobierno de turno (también los autonómicos), bien porque incluso la Universidad agoniza de una endogamia enfermiza y obtusa que le veta la innovación suficiente para generar modelos innovadores. En definitiva, carecemos de una política estratégica orientada a fomentar el I+D+i en nuestro tejido productivo.
A menudo olvidamos que hace unos treinta años, el 89 por ciento de la población en edad de trabajar no tenía el bachillerato superior y sólo un 8 por ciento era universitaria. Actualmente, sólo el 8 por ciento de esa población no tiene bachillerato y uno de cada cuatro dispone de título superior bajo su brazo. La universalización de la educación es alabable, pero ha sido a costa de la calidad y de la intensidad: el 29 por ciento de los alumnos de bachiller y el 30 por ciento de los universitarios fracasan en sus estudios. Este fracaso supone al Estado, aproximadamente, el coste equivalente al 1 por ciento de su PIB. Y los resultados de los organismos internacionales de evaluación de nuestra educación son de todos conocidos: PISA, por ejemplo.
Por otra parte, es poco creíble que una reforma del mercado laboral, efectuada justo cuando existe una amplísima oferta de trabajo (hacia los 4,5 millones de parados), y casi nula demanda, consiga los efectos deseados sobre la economía. Más bien parece lógico dudarlo. La solución a este problema, en un momento de crisis como el actual, no puede dar la espalda al apoyo a la demanda crediticia, como tampoco a las políticas keynesianas de inversión en infraestructuras (físicas y personales) generadoras de empleo. Ha sido una enorme pérdida de tiempo y esfuerzo la implantación de medidas “sociales”, como algunas de las propugnadas por Zapatero (por ejemplo, la obsesiva de los 400 euros), cuyo efecto más evidente ha sido el de financiar gratuitamente una pequeña parte de las deudas de los particulares. Tampoco creo que una rebaja fiscal anime el mercado lo suficiente como para paliar los efectos destructivos de la basura existente en el sistema crediticio. Bajar impuestos no tiene por qué generar confianza en un momento tan delicado y especial como el actual. El único sentido de una rebaja de impuestos es el de permitir aumentar el dinero en circulación y animar así el consumo. Pero en un contexto de miedo ante el futuro inmediato y de desconfianza, aumentar el efectivo en manos del público no tiene por qué traducirse en un aumento del consumo. Cosa que sí haría la generación de empleo, y más en una economía donde históricamente siempre fue aplastante el peso del consumo sobre la demanda agregada.
Evidentemente, hay que simplificar el marco contractual laboral actualmente existente y propugnar una política activa del empleo por parte del INEM eliminando su papel inútil actual. No tengo tan claro que la supresión de los marcos jurídicos que suponen los convenios sectoriales sean medidas que conduzcan a algo más que al “que cada uno se salve como pueda”, en un contexto donde los sindicatos han perdido una enorme credibilidad.
En cualquier caso, me gustaría que los políticos y los economistas demostraran, aunque solo fuera por una vez, que la ortodoxia académica no siempre es infalible, y que a veces debemos creer en Popper y poner a prueba las teorías existentes con la búsqueda de paradigmas nuevos. En eso consiste la innovación. Empiecen por ejemplo, con aprovechar esa inmensa fuerza laboral de 4 millones de parados propugnando nuevas soluciones que no pasen por el pago por estar en casa, sino fomentando, como mínimo, la formación a cambio del subsidio. Eso es apostar por el futuro de una forma proactiva. Incluso se me ocurren opciones distintas con nuevos planes E que aprovechen esa fuerza laboral. Necesitamos ideas, no recetas.
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