Como en tiempos de Jorge Manrique, el cambio es la nota distintiva de nuestra época, pero con un matiz importante: su velocidad se ha multiplicado exponencialmente. El río de Heráclito ya no baja formando remansos de aguas tranquilas y cristalinas. Hoy los productos caducan en los frigoríficos y cuando quieres reponerlos, ya han rediseñado su envase; los discursos, con una enfermiza proliferación de los adjetivos ‘nuevo’ y ‘distinto’, han conseguido banalizar los significados de las palabras; incluso lo cierto en un momento determinado se pone en tela de juicio a cada momento, como nos enseña día a día la ciencia. El único principio inexorable es el que propugna la filosofía del conocimiento: todo es válido mientras funcione, pero el día en que encontramos un modelo mejor, los mitos sagrados se tornan ídolos de barro.
Nuevas formas y tiempos distintos se acuñan hoy en el escenario político al menor descuido, y en vez de asegurar que la tarea de revisión y análisis es una misión inaplazable para cuantos acceden al sillón de mando, compruebas asombrado que la entrevista y la cámara es tarea de máxima prioridad.
Es el destino inexorable de nuestro género, como lo es el olvido que nos empeñamos en desenterrar de su sepulcro bajo las losas del tiempo. Por eso hay momentos en que las obras que uno leyó tiempo atrás adquieren otras dimensiones. El entorno ha cambiado, y lo que en un momento no dejaba de ser una forma de ver el mundo, adquiere de pronto el valor de lo profético o se abandona definitivamente al destino fatal de lo errático.
Estos días releo un pequeño libro de ensayo de ese enorme escritor del siglo XX que fue Octavio Paz. Su título: Tiempo nublado. Desde la primera página de su ensayo crítico sobre el terrorismo, el libro va adquiriendo nuevos significados. Echas la vista atrás y revisas, bajo la óptica del escritor mexicano, la historia del siglo XX como la eterna disputa de los nacionalismos y la religión, desde las grandes guerras a la confrontación de Occidente con las culturas islámicas. Octavio Paz fue uno de los más grandes ensayistas de la literatura hispánica, y un apasionado observador de la política internacional. Una lectura recomendable para un tiempo nublado como el actual.
Nuevas formas y tiempos distintos se acuñan hoy en el escenario político al menor descuido, y en vez de asegurar que la tarea de revisión y análisis es una misión inaplazable para cuantos acceden al sillón de mando, compruebas asombrado que la entrevista y la cámara es tarea de máxima prioridad.
Es el destino inexorable de nuestro género, como lo es el olvido que nos empeñamos en desenterrar de su sepulcro bajo las losas del tiempo. Por eso hay momentos en que las obras que uno leyó tiempo atrás adquieren otras dimensiones. El entorno ha cambiado, y lo que en un momento no dejaba de ser una forma de ver el mundo, adquiere de pronto el valor de lo profético o se abandona definitivamente al destino fatal de lo errático.
Estos días releo un pequeño libro de ensayo de ese enorme escritor del siglo XX que fue Octavio Paz. Su título: Tiempo nublado. Desde la primera página de su ensayo crítico sobre el terrorismo, el libro va adquiriendo nuevos significados. Echas la vista atrás y revisas, bajo la óptica del escritor mexicano, la historia del siglo XX como la eterna disputa de los nacionalismos y la religión, desde las grandes guerras a la confrontación de Occidente con las culturas islámicas. Octavio Paz fue uno de los más grandes ensayistas de la literatura hispánica, y un apasionado observador de la política internacional. Una lectura recomendable para un tiempo nublado como el actual.
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