Escribo este artículo antes de la primera sesión de la investidura y, por tanto, desconozco si el mundo rural y los problemas del sector lácteo ocuparán el espacio que merecen en el discurso programático del candidato y en las réplicas de la oposición.
Desde el ingreso en la UE, el campo gallego, que venía padeciendo el mal endémico del minifundio y era el último reducto de una economía de subsistencia, experimentó la reconversión más brutal de cuantas se han dado en Galicia. Baste recordar que desaparecieron miles de pequeños labradores y, después de una mala negociación con Europa, fueron apareciendo nuevas explotaciones que se especializaron en la producción de leche y adquirieron cierta dimensión para poder competir en el entorno comunitario.
Ahora el sector está otra vez amenazado por la llegada masiva de leche foránea a un precio con el que no pueden competir las granjas gallegas. Por causa de estas importaciones las industrias suspenden la recogida de la leche o la recogen al precio de intervención oficial -0,16 céntimos litro-, que no cubre los costes de producción y asfixia a las explotaciones que, a corto plazo, están condenadas a un cierre que deja sin medio de vida a muchas familias.
En ese escenario dramático están miles de agricultores, solos y desamparados frente al mercado y a los intereses de las empresas y superficies comerciales. Mañana se manifiestan en Madrid y seguramente obtendrán como respuesta la indiferencia del poder ya que para el Ministerio de Medio Rural "el de la leche es un problema de Galicia".
Una vez más el campo es el gran olvidado y en esta situación de crisis también necesita ayuda y protección para salvar la producción láctea manteniendo los precios que garanticen la viabilidad económica de las explotaciones. Al menos merece la misma ayuda y protección que reciben otros sectores y productos.
Pero atender al campo requiere, además, que el gobierno gallego lo tome en serio y produzca ideas y proyectos que generen una política de desarrollo del rural. Nos va mucho en ello porque sin un medio rural desarrollado y equilibrado, capaz de generar productos para todos y riqueza para sus gentes, Galicia pierde parte de su identidad.
Desde el ingreso en la UE, el campo gallego, que venía padeciendo el mal endémico del minifundio y era el último reducto de una economía de subsistencia, experimentó la reconversión más brutal de cuantas se han dado en Galicia. Baste recordar que desaparecieron miles de pequeños labradores y, después de una mala negociación con Europa, fueron apareciendo nuevas explotaciones que se especializaron en la producción de leche y adquirieron cierta dimensión para poder competir en el entorno comunitario.
Ahora el sector está otra vez amenazado por la llegada masiva de leche foránea a un precio con el que no pueden competir las granjas gallegas. Por causa de estas importaciones las industrias suspenden la recogida de la leche o la recogen al precio de intervención oficial -0,16 céntimos litro-, que no cubre los costes de producción y asfixia a las explotaciones que, a corto plazo, están condenadas a un cierre que deja sin medio de vida a muchas familias.
En ese escenario dramático están miles de agricultores, solos y desamparados frente al mercado y a los intereses de las empresas y superficies comerciales. Mañana se manifiestan en Madrid y seguramente obtendrán como respuesta la indiferencia del poder ya que para el Ministerio de Medio Rural "el de la leche es un problema de Galicia".
Una vez más el campo es el gran olvidado y en esta situación de crisis también necesita ayuda y protección para salvar la producción láctea manteniendo los precios que garanticen la viabilidad económica de las explotaciones. Al menos merece la misma ayuda y protección que reciben otros sectores y productos.
Pero atender al campo requiere, además, que el gobierno gallego lo tome en serio y produzca ideas y proyectos que generen una política de desarrollo del rural. Nos va mucho en ello porque sin un medio rural desarrollado y equilibrado, capaz de generar productos para todos y riqueza para sus gentes, Galicia pierde parte de su identidad.
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