Zapatero comenzó su etapa con gestos, en ocasiones afortunados, como la salida de Irak, y en otras desafortunados, como las reformas estatutarias, dispuesto a hacer tabla rasa del pasado y sentar cátedra de ética y buen gobierno tras un periodo en el que se había perdido el rumbo y la proporción, un criterio éste último de gran peso en la doctrina jurídica.
Durante todos estos años, sus ademanes revestidos de sonrisa de mago, que al principio encandilaban, se tornaron huecos y poco creíbles. La reforma estatutaria ni era una preocupación social mayoritaria ni podía llevarse a cabo desde criterios unipartidistas, por mucho apoyo autonómico que se consiguiera. No dejaba de ser una chapuza revestida de necesidad constitucional. Lo que no es obstáculo para que podamos convenir en que sí es necesario destapar la caja de Pandora del supremo texto legislativo, pero asegurando que se podrá guiar su reforma por los caminos previstos. Entre otras cosas, porque una vez abierta hay que retocar todo lo que el tiempo ha demostrado que es mejorable.
Hay temas que no pueden gestionarse como se debe sin previo consenso político mayoritario. En asuntos constitucionales, el pensamiento único siempre fue un mal consejero. Y aquello acabó donde sabíamos que terminaría: en el Constitucional, al abrigo de muchas sospechas de cómo se decantará en esta ocasión el máximo Tribunal.
Ahora, de nuevo, y coincidiendo con la enorme metedura de pata de la actuación al margen de los organismos internacionales en el tema de Kosovo, el Ejecutivo pone sobre la mesa la derogación del superviviente artículo 417 bis del Código Penal reformado, que ampara el aborto limitado a los tres supuestos conocidos. Ahora, la intención parece que va a pasar por combinar una ley de plazos de hasta las 21 semanas con aquellos supuestos excepcionales.
Preocupa, sin embargo, no la polémica desatada por una Iglesia que vive muy alejada de su tiempo, sino que la decisión del aborto pueda tomarla una menor de edad, cuando a esa misma niña no se le otorga capacidad para obrar en muchos otros aspectos a mi juicio menos importantes que la decisión del aborto. Como siempre, se abre inútilmente la caja de Pandora porque se quiere legislar desde una sola opción lo que se debe solucionar por otras vías.
Durante todos estos años, sus ademanes revestidos de sonrisa de mago, que al principio encandilaban, se tornaron huecos y poco creíbles. La reforma estatutaria ni era una preocupación social mayoritaria ni podía llevarse a cabo desde criterios unipartidistas, por mucho apoyo autonómico que se consiguiera. No dejaba de ser una chapuza revestida de necesidad constitucional. Lo que no es obstáculo para que podamos convenir en que sí es necesario destapar la caja de Pandora del supremo texto legislativo, pero asegurando que se podrá guiar su reforma por los caminos previstos. Entre otras cosas, porque una vez abierta hay que retocar todo lo que el tiempo ha demostrado que es mejorable.
Hay temas que no pueden gestionarse como se debe sin previo consenso político mayoritario. En asuntos constitucionales, el pensamiento único siempre fue un mal consejero. Y aquello acabó donde sabíamos que terminaría: en el Constitucional, al abrigo de muchas sospechas de cómo se decantará en esta ocasión el máximo Tribunal.
Ahora, de nuevo, y coincidiendo con la enorme metedura de pata de la actuación al margen de los organismos internacionales en el tema de Kosovo, el Ejecutivo pone sobre la mesa la derogación del superviviente artículo 417 bis del Código Penal reformado, que ampara el aborto limitado a los tres supuestos conocidos. Ahora, la intención parece que va a pasar por combinar una ley de plazos de hasta las 21 semanas con aquellos supuestos excepcionales.
Preocupa, sin embargo, no la polémica desatada por una Iglesia que vive muy alejada de su tiempo, sino que la decisión del aborto pueda tomarla una menor de edad, cuando a esa misma niña no se le otorga capacidad para obrar en muchos otros aspectos a mi juicio menos importantes que la decisión del aborto. Como siempre, se abre inútilmente la caja de Pandora porque se quiere legislar desde una sola opción lo que se debe solucionar por otras vías.
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