Que dos personas coincidan en el teatro, en un restaurante, en la calle principal del pueblo o en una montería en un pueblo de Jaén es un acontecimiento normal en la vida de cualquier ciudadano. Conozco quien accidentalmente se tropezó con un amigo en una cafetería cualquiera de una de las calles menos transitadas de la inmensa ciudad de Nueva York estando de vacaciones.
Que esas dos personas estén –según dicen- en situación ideológica o profesional opuesta, o distinta cuando menos, ni me parece destacable ni creo que tenga la más mínima relevancia en un Estado social y democrático de Derecho. Si se apellidan, además, Garzón y Bermejo, la irrelevancia del asunto no se modifica en lo más mínimo: cualquiera de nosotros cenamos, paseamos, nos reunimos o criticamos a fulano y mengano, con cualquier conocido con el que nos juntemos, aunque éste no comulgue de nuestras creencias, y no por eso nos sentimos reos de delito alguno.
La crítica del Partido Popular al encuentro del magistrado y del ministro en el coto de caza es, en sí misma, insólita porque parece dar a entender que existe delito donde no hay más que, como mínimo, un encuentro casual, corroborado por un militante del partido acusador, y como mínimo, objeto de la presunción de inocencia propia de cualquier Estado democrático.
Aplicando este principio jurídico del orden penal, y que los derechos a la libertad deambulatoria y de asociación hacen que una montería campestre para matar venados sea un acto totalmente permitido por la ley, la crítica de los populares sólo puede entenderse como una intencionada forma de intentar desviar la atención de otros asuntos más o menos molestos.
No voy a entrar en las extrañas coincidencias de que muchas de estas denuncias mediáticas, de una y otra parte, surjan en épocas electorales. Lo que sí me parece cuestionable es la manera en que dos personajes con una formación intelectual superior a la media, como se les supone a los señores Bermejo y Garzón, demuestren un ínfimo y trasnochado gusto en matar venados en cacerías que recuerdan épocas ya pasadas.
Evidentemente, la caza es una actividad permitida, incluso socialmente aceptada a la luz de las más de un millón de licencias que se calcula existen en este país. Si embargo, la imagen de los venados alineados en el trágico rictus de la muerte contrasta con la sensibilidad que se supone a ciertos personajes públicos, aunque sólo sea por respeto a la ciudadanía que reniega de tal afición.
No hay nada ilegítimo, repito, en colgar cornamentas en el salón de tu casa, pero sí una evidente falta de sensibilidad, que sí es criticable. Porque en esto también es predicable aquel viejo aforismo que habla de que la que la mujer del César…
Que esas dos personas estén –según dicen- en situación ideológica o profesional opuesta, o distinta cuando menos, ni me parece destacable ni creo que tenga la más mínima relevancia en un Estado social y democrático de Derecho. Si se apellidan, además, Garzón y Bermejo, la irrelevancia del asunto no se modifica en lo más mínimo: cualquiera de nosotros cenamos, paseamos, nos reunimos o criticamos a fulano y mengano, con cualquier conocido con el que nos juntemos, aunque éste no comulgue de nuestras creencias, y no por eso nos sentimos reos de delito alguno.
La crítica del Partido Popular al encuentro del magistrado y del ministro en el coto de caza es, en sí misma, insólita porque parece dar a entender que existe delito donde no hay más que, como mínimo, un encuentro casual, corroborado por un militante del partido acusador, y como mínimo, objeto de la presunción de inocencia propia de cualquier Estado democrático.
Aplicando este principio jurídico del orden penal, y que los derechos a la libertad deambulatoria y de asociación hacen que una montería campestre para matar venados sea un acto totalmente permitido por la ley, la crítica de los populares sólo puede entenderse como una intencionada forma de intentar desviar la atención de otros asuntos más o menos molestos.
No voy a entrar en las extrañas coincidencias de que muchas de estas denuncias mediáticas, de una y otra parte, surjan en épocas electorales. Lo que sí me parece cuestionable es la manera en que dos personajes con una formación intelectual superior a la media, como se les supone a los señores Bermejo y Garzón, demuestren un ínfimo y trasnochado gusto en matar venados en cacerías que recuerdan épocas ya pasadas.
Evidentemente, la caza es una actividad permitida, incluso socialmente aceptada a la luz de las más de un millón de licencias que se calcula existen en este país. Si embargo, la imagen de los venados alineados en el trágico rictus de la muerte contrasta con la sensibilidad que se supone a ciertos personajes públicos, aunque sólo sea por respeto a la ciudadanía que reniega de tal afición.
No hay nada ilegítimo, repito, en colgar cornamentas en el salón de tu casa, pero sí una evidente falta de sensibilidad, que sí es criticable. Porque en esto también es predicable aquel viejo aforismo que habla de que la que la mujer del César…
2 comments:
Tenemos un poco de dificultad para suscribir el rss, en cualquier caso, he datos marcados este gran sitio, es muy útil, más llena de información.
hola, Chicos, La buena información, mejor mensaje, Gracias por compartir this.I volverá a leer más.
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