Saturday, February 07, 2009

Un signo de nuestro tiempo

Roberta es una inmigrante que ha engrosado la lista de los tres millones de parados, camino de cuatro. Ella ocupaba lo que Jeremy Rifkin define como uno de esos trabajos del cuarto sector que los del primer mundo no cubrimos, acostumbrados como estamos a ser dueños y señores de nuestro destino desde que Augusto gobernó el mundo conocido, aún a pesar del Cisma de Occidente y la división papal que se perpetuó entre los sucesores de la sede eclesiástica.

Roberta es como uno de esos parados, surcado de arrugas y dolor, llorando porque no tiene que darle de comer a sus hijos. Cada lamento es una cuchillada en las entrañas que te deja agonizando, perplejo ante las palabras de Miguel Sebastián echándole la culpa a los demás. No en vano el nombre del ministro es símbolo de nuestra época: San Miguel fue la cabeza de la milicia celestial, y San Sebastián el mártir del ejército romano que jamás quiso renegar de su fe. Al final, ni cabeza ni mártir.

En una época donde la información te sumerge en el día a día y no te deja levantar los ojos del papel, los pensadores como Rifkin se convierten en lectura obligada. Siempre es recomendable la relectura de aquello que has devorado en otras épocas: los años asientan tu cosmovisión y descubres en las mismas palabras sentidos nuevos. Rifkin habla del fin del trabajo, que no del empleo, y del término de una civilización asentada en las energías fósiles. Pero también predica el valor diferencial del conocimiento, la progresiva sustitución de las tareas sin valor añadido por las máquinas de nuestra época, los ordenadores, proceso que se inició con las cintas de Ford y que terminará dios sabe dónde.

Pero Rifkin habla de economía y no de valores sociales. Nuestro Mercado Común Europeo nació como una quimera que buscaba la integración cultural, política y económica de Europa, y al final hemos permitido que los mercaderes nos invadieran el templo de nuestros ideales. Sin embargo, solo de vez en cuando percibimos que la sociedad occidental va integrando colectivos multiculturales que, lejos de desprenderse de sus culturas nativas, las van refundiendo en la nueva forja de un mundo globalizado. Ahora no nos extraña que un niño de color o con los ojos rasgados hable gallego al mismo tiempo que árabe o chino, pero nos sigue sorprendiendo que un reputado economista como Solow hable de prolongar la jornada laboral, incrementar la formación y apostar por la innovación. Y no precisamente por lo que respecta al Capital Intelectual, sino por el lado de la pérdida de las viejas conquistas sociales como la jornada laboral limitada. Es un signo de nuestro tiempo.

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