“Tenemos un oficialismo que está desarticulado, somos una dirigencia de mierda en la que me incluyo. Y la gente dice cosas peores de nosotros: nos llaman corruptos, delincuentes, incapaces, mediocres, vendepatrias... Todos los calificativos que usted quiera. Esto es lo que la gente piensa de la clase política”.
Es el juicio sumarísimo que el senador Eduardo Duhalde hacía de los dirigentes políticos de su país en octubre de 2001, un mes y unos días antes de que el presidente De la Rua decretara el corralito en medio de una profunda depresión social y convulsión económica.
No me atrevo a decir que el análisis del político argentino sea un retrato de la realidad española -y gallega- pero sí que se parece mucho por las grandes coincidencias entre la situación que se vivía en aquella Argentina y la crisis total -política, económica, social e institucional- que ahora padecemos aquí.
La desafección y el hartazgo -y la indignación en las plazas- hacia la “dirigencia” del país son evidentes. Los políticos, corrupción aparte que merece análisis más detenido, están dando muchas pruebas de anteponer sus intereses individuales o partidistas a los intereses generales del país. Por lo que se refiere a otras “dirigencias”, ahí están patronal y sindicatos incapaces de llegar a un acuerdo en la negociación colectiva, un fracaso que suple el Gobierno con un decreto insatisfactorio para todas las partes. Si hablamos de las “dirigencias” de una justicia lenta y desconcertante, de la sanidad quebrada, de la educación y su fracaso escolar o del sistema financiero, el panorama es tan desolador que obliga a concluir que casi todo está hecho un desastre.
Decía también Duhalde que “apareció la categoría de nuevos pobres que antes no existía, una clase que se siente agredida. No sólo los pobres, sino los comerciantes, los profesionales jóvenes, la gente de la cultura, toda la gente que produce empieza a sentir cierto olor de exclusión. El descenso de la clase media es un drama individual y para el país”. ¿Les suena? Aquí la clase media se cae a pedazos envuelta en un profundo pesimismo instalado en la sociedad, ya hay exclusión social y la gente tiene miedo a tanta incertidumbre. Un panorama aterrador.
Por eso, si aún quedan dirigentes con sentido de la responsabilidad, que hagan algo para cambiar el rumbo antes de que el país se precipite al abismo.
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