Cuenta Miguel Platón en el libro “¡Que políticos tan divertidos!” que Joaquin Garrigues, ministro de Obras Públicas en el primer Gobierno (1977) de la Unión de Centro Democrático, después de participar en varias reuniones del gabinete comentó: “Si la gente supiera lo que se discute en los Consejos de Ministros saldría corriendo a Barajas para tomar el primer avión”.
Parafraseando a aquel brillante político centrista, si los ciudadanos siguieran las sesiones semanales de control al Gobierno también pondría tierra por medio escapando del espectáculo lamentable que cada semana ofrecen los políticos en el Parlamento gallego.
En la refriega dialéctica del miércoles pasado el presidente de la Xunta y los dos líderes de la oposición volvieron a zurrarse con reproches y acusaciones que, siendo habituales en todas las sesiones, esta vez subieron de tono anticipando lo que está ocurriendo en la campaña electoral. Que algunos diputados y diputadas tengan que ser llamados al orden reiteradamente completa un espectáculo denigrante que a veces presencian grupos de escolares. Un pésimo ejemplo.
Es cierto que las sesiones de control al Gobierno forman parte de la dinámica parlamentaria y allí ni los unos ni los otros van a abrigarse, sino a debatir. Pero antes que acosar al contrario con ataques y descalificaciones deberían ocuparse de los problemas que preocupan en la calle, como el paro, la pérdida de poder adquisitivo por la escalada de precios y merma de los salarios, la asfixia de pequeños empresarios y autónomos y otras cuestiones, que no merecieron la atención de sus señorías, salvo para reproches mutuos.
Es vergonzoso e hasta insultante que día tras día se ocupen de quien tiene más corruptos en sus filas, quien lleva más imputados o tránsfugas en las listas, quien envió más embajadores a América en busca del voto o quien emplea a más asesores y cargos de confianza en concellos y diputaciones. Lamentablemente, la recia administración de recursos y la pureza de comportamientos democráticos no forman parte de su manual de cabecera.
En fin, que los ciudadanos les encomendamos los destinos del país, a unos para gobernar, a otros para presentar alternativas desde la oposición y a todos para que busquen soluciones a los problemas de la Galicia real. Pero ellos, que no viven las angustias de la gente corriente, se divierten relajados zurrándose al badana. Pocas veces es tan perceptible la distancia entre la ciudadanía y sus representantes políticos.
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