A mi hija le he recomendado seguir formándose ahora que ha terminado su licenciatura y la situación del mercado de trabajo es deplorable. Con veintitrés años, matrícula de honor en el bachillerato, una licenciatura finalizada en Bruselas y casi el primer ciclo de otra, cuatro lenguas y conocimientos contrastables en otras tres, admiradora de los nueve países que conoce, le he dicho que lo mejor que puede hacer es seguir apostando por la formación. Lo cual significa que mi opción es seguir invirtiendo en formación. Ella, que tiene más sentido común que muchos que lo reclaman en otros, decidió cambiar este año el frío de Bélgica por el calor de Madrid y realizar un máster en un centro de reconocido prestigio que pertenecerá a la cuarta universidad que pisa, con la intención, en principio, de hacer un doctorado el curso siguiente en otro continente.
La trayectoria de mi hija no es excepcional. Sé de muchas similares: jóvenes no sólo sobradamente preparados, como se decía de la generación jasp, sino incluso abrumadoramente preparados, con un enorme potencial cuyo futuro, sin embargo, no puede dejar en la cuneta la opción al funcionariado. Porque, lastimosamente, sigue siendo la alternativa más viable para diseñar un futuro personal.
Las empresas, por su parte, se aferran torpemente a la edad como variable para las decisiones en materia de personal. Se habla de prejubilaciones a edades sin sentido, y de contratos temporales cuando se ronda la treintena, una edad normal para quien realiza estudios universitarios completos. Y curiosamente, cuando se quiere cambiar de empleo (algo que debiera ser más normal de lo que es), la cuarentena se presenta como una barrera infranqueable y, a todas luces, absurda.
¿A dónde vamos? Digan lo que digan los rebaños (muchos siguen a unos pocos) de economistas, es absurdo pensar en modelos productivos donde no se prima el conocimiento. El capital físico se compra o se copia, los modelos gerenciales se importan y se fusilan sin piedad, el dinero se encuentra en los mercados financieros…, pero el talento es lo único que no se puede reproducir en serie. No nos podemos permitir el perder a otra generación en el camino, como hemos estado haciendo estos años.
La trayectoria de mi hija no es excepcional. Sé de muchas similares: jóvenes no sólo sobradamente preparados, como se decía de la generación jasp, sino incluso abrumadoramente preparados, con un enorme potencial cuyo futuro, sin embargo, no puede dejar en la cuneta la opción al funcionariado. Porque, lastimosamente, sigue siendo la alternativa más viable para diseñar un futuro personal.
Las empresas, por su parte, se aferran torpemente a la edad como variable para las decisiones en materia de personal. Se habla de prejubilaciones a edades sin sentido, y de contratos temporales cuando se ronda la treintena, una edad normal para quien realiza estudios universitarios completos. Y curiosamente, cuando se quiere cambiar de empleo (algo que debiera ser más normal de lo que es), la cuarentena se presenta como una barrera infranqueable y, a todas luces, absurda.
¿A dónde vamos? Digan lo que digan los rebaños (muchos siguen a unos pocos) de economistas, es absurdo pensar en modelos productivos donde no se prima el conocimiento. El capital físico se compra o se copia, los modelos gerenciales se importan y se fusilan sin piedad, el dinero se encuentra en los mercados financieros…, pero el talento es lo único que no se puede reproducir en serie. No nos podemos permitir el perder a otra generación en el camino, como hemos estado haciendo estos años.
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