Muchos padres que están siendo consultados sobre “la utilización de las lenguas en la enseñanza no universitaria” pertenecen a las generaciones de rapaces galego-falantes por haber nacido en la Galicia monolingüe del rural, la Galicia más representativa del atraso económico, que describió el profesor Beiras.
En aquellas aldeas aisladas, que eran “unha mestura de lama e fume”, el monolingüismo convivía armonicamente consigo mismo y nadie cuestionaba cual era el idioma oficial. Pero cuando los niños -y los mayores- traspasaban los límites del lugar y subían al “coche de línea” o al tren debían incorporarse a la lengua de la gente bien, al “idioma culto”, y se convertían en aldeanos mudos por las dificultades que tenían para expresarse en una lengua extraña para ellos.
Así crecieron varias generaciones de padres: entre la imposición del castellano y la intransigencia con el gallego, hasta la llegada de la Constitución y el Estatuto que consagran la cooficialidad de las dos lenguas con las que hoy se comunican de forma natural con sus hijos, educados en el bilingüismo.
Su experiencia vital, a veces traumática, les da derecho a ser escuchados para que con sus hijos no se repita la historia sensu contrario, salvo que algún recién converso a la causa del gallego, que abundan, sostenga que estos padres siguen siendo unos pobres aldeanos por los que deben decidir los ilustrados de asociaciones, sindicatos y otros colectivos atrincherados bajo distintas siglas. Más discutible es el procedimiento y los contenidos de la consulta que, como toda acción precipitada, puede resultar una gran chapuza.
En todo caso, el debate lingüístico representa un enorme desgaste de energías que sería más provechoso emplear en lograr un gran pacto político-social sobre la educación para que los estudiantes acabaran el ciclo formativo sabiendo gallego, castellano y al menos inglés. ¿En qué proporción deben enseñarse? En aquella que respete los derechos constitucionales y capacite a los jóvenes para su futuro profesional en el mundo globalizado que empieza en Europa.
Seguro que por ahí irán las respuestas de los padres que tienen las ideas más claras que quienes, de uno y otro signo, intentan manipularlos.
En aquellas aldeas aisladas, que eran “unha mestura de lama e fume”, el monolingüismo convivía armonicamente consigo mismo y nadie cuestionaba cual era el idioma oficial. Pero cuando los niños -y los mayores- traspasaban los límites del lugar y subían al “coche de línea” o al tren debían incorporarse a la lengua de la gente bien, al “idioma culto”, y se convertían en aldeanos mudos por las dificultades que tenían para expresarse en una lengua extraña para ellos.
Así crecieron varias generaciones de padres: entre la imposición del castellano y la intransigencia con el gallego, hasta la llegada de la Constitución y el Estatuto que consagran la cooficialidad de las dos lenguas con las que hoy se comunican de forma natural con sus hijos, educados en el bilingüismo.
Su experiencia vital, a veces traumática, les da derecho a ser escuchados para que con sus hijos no se repita la historia sensu contrario, salvo que algún recién converso a la causa del gallego, que abundan, sostenga que estos padres siguen siendo unos pobres aldeanos por los que deben decidir los ilustrados de asociaciones, sindicatos y otros colectivos atrincherados bajo distintas siglas. Más discutible es el procedimiento y los contenidos de la consulta que, como toda acción precipitada, puede resultar una gran chapuza.
En todo caso, el debate lingüístico representa un enorme desgaste de energías que sería más provechoso emplear en lograr un gran pacto político-social sobre la educación para que los estudiantes acabaran el ciclo formativo sabiendo gallego, castellano y al menos inglés. ¿En qué proporción deben enseñarse? En aquella que respete los derechos constitucionales y capacite a los jóvenes para su futuro profesional en el mundo globalizado que empieza en Europa.
Seguro que por ahí irán las respuestas de los padres que tienen las ideas más claras que quienes, de uno y otro signo, intentan manipularlos.
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