Tenemos una cierta conciencia de que en Europa se cocinan cosas importantes, pero no sabemos muy bien cómo son sus pucheros ni si en sus instituciones se usa gas o vitrocerámica. Sus inquilinos nos son extraños y, una vez elegidos, permanecen ajenos a la ciudadanía que los ha votado. Hoy se piensa en Europa como en un cementerio de elefantes que vive a impulsos de algunas de sus destacadas figuras, pero lejos de una ciudadanía sin la que no se puede avanzar mucho más.
Los manuales de la UE se remontan a Kalergi o Briand, pero son de una asignatura que permanece en las estanterías de las bibliotecas, lejos de las aulas. A los alumnos que han escrito sobre Lorca en los exámenes de selectividad no se le ha explicado que hace siglos existieron defensores de una comunidad de naciones como Kant, quien planteaba a finales del siglo XVIII que una constitución civil podría vertebrar una “unión de pueblos” si fuera capaz de desterrar su ilusión de bienestar exterior. Es decir, si era capaz de no ensimismarse en el ‘no necesitamos a los demás porque ya estamos bien’, idea muy semejante a las que manejan algunos de los representantes de los extremismos europeos que han conseguido un peso tan destacado en el Parlamento europeo.
Mientras, si las elecciones gallegas trastocaron todas las previsiones oficiales con la pérdida súbita del poder por parte del bipartito, las europeas han refrendado ese castigo a la izquierda con la pérdida de dos puntos en el porcentaje de votos del PSOE y de tres puntos en el del BNG (un tercio del total), mientras ganaba otros tres puntos el Partido Popular, que superó el 50% del total de votos contabilizados. La estrategia comunicativa ‘¡Que viene el lobo!’ ha resultado tan equivocada como temíamos.
Pero quien realmente ha perdido ha sido Europa, un mercado construido sobre los caminos neolíticos de sus primeros habitantes homínidos, los senderos empedrados del Imperio romano, las vías de hierro de las revoluciones industriales, las carreteras asfaltadas de sus autovías y las autopistas digitales de sus economías desarrolladas, que permanece todavía muy alejada de la preocupación de los ciudadanos. Europeos que son capaces de visitar sus rincones a la velocidad de los low cost, para los que Europa nunca ha estado tan cerca y al mismo tiempo tan lejos.
Los manuales de la UE se remontan a Kalergi o Briand, pero son de una asignatura que permanece en las estanterías de las bibliotecas, lejos de las aulas. A los alumnos que han escrito sobre Lorca en los exámenes de selectividad no se le ha explicado que hace siglos existieron defensores de una comunidad de naciones como Kant, quien planteaba a finales del siglo XVIII que una constitución civil podría vertebrar una “unión de pueblos” si fuera capaz de desterrar su ilusión de bienestar exterior. Es decir, si era capaz de no ensimismarse en el ‘no necesitamos a los demás porque ya estamos bien’, idea muy semejante a las que manejan algunos de los representantes de los extremismos europeos que han conseguido un peso tan destacado en el Parlamento europeo.
Mientras, si las elecciones gallegas trastocaron todas las previsiones oficiales con la pérdida súbita del poder por parte del bipartito, las europeas han refrendado ese castigo a la izquierda con la pérdida de dos puntos en el porcentaje de votos del PSOE y de tres puntos en el del BNG (un tercio del total), mientras ganaba otros tres puntos el Partido Popular, que superó el 50% del total de votos contabilizados. La estrategia comunicativa ‘¡Que viene el lobo!’ ha resultado tan equivocada como temíamos.
Pero quien realmente ha perdido ha sido Europa, un mercado construido sobre los caminos neolíticos de sus primeros habitantes homínidos, los senderos empedrados del Imperio romano, las vías de hierro de las revoluciones industriales, las carreteras asfaltadas de sus autovías y las autopistas digitales de sus economías desarrolladas, que permanece todavía muy alejada de la preocupación de los ciudadanos. Europeos que son capaces de visitar sus rincones a la velocidad de los low cost, para los que Europa nunca ha estado tan cerca y al mismo tiempo tan lejos.
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