Hace unos años las salidas nocturnas comenzaban antes de la medianoche y en las discotecas dejaba de sonar la música a las tres de la mañana, que era la hora establecida del fin de fiesta: la hora de marchar a casa, ver amanecer o rematar la juerga en el entrañable Calatrava, los que se divertían en Santiago. Aquel horario no traumatizó a la juventud, que supo divertirse civilizadamente.
Pero el horario establecido se fue alargando con la permisividad oficial hasta llegar a la actual "barra libre" que retrasa la salida a la calle casi hasta que cantan los gallos y el fin de fiesta hasta bien entrada la mañana. No estaba previsto que la juerga de los mocitos dejara un saldo tan negativo: insomnio de los vecinos, toneladas de basura y suciedad, mobiliario urbano destrozado, peleas y más de un coma etílico, algún embarazo no deseado y muchos accidentes de tráfico. En definitiva, una alteración de la normal convivencia, entendida como respeto a la ciudad y a quienes viven en ella que, siendo importante, no es la peor consecuencia del botellón, porque entraña más gravedad el consumo de alcohol que emborracha a muchos jóvenes y deja a una "generación tocada" que en el futuro puede pagar sus excesos juveniles.
Por eso las concentraciones de las noches de los jueves, viernes y sábados se han convertido ahora en un importante problema social que preocupa a todos: desborda a los concellos que antes abdicaron de su obligación de establecer y hacer cumplir las normas; alarma a los padres que hicieron dejación de sus funciones educativas; irrita a los vecinos, las víctimas que no pueden descansar, y embadurna y deteriora a las ciudades que pagan las consecuencias de la falta de educación.
Tras el macrobotellón solemne del Pilar, saltan todas las alarmas y se buscan soluciones apresuradas para un fenómeno descontrolado. Los concellos, los primeros en hacer dejación de funciones, hablan de medidas de choque y hasta buscan soluciones pintorescas. Tarde piaches, porque después de tanta dejadez, el problema parece no tener solución y si la tiene, se está buscando por caminos equivocados.
Pero el horario establecido se fue alargando con la permisividad oficial hasta llegar a la actual "barra libre" que retrasa la salida a la calle casi hasta que cantan los gallos y el fin de fiesta hasta bien entrada la mañana. No estaba previsto que la juerga de los mocitos dejara un saldo tan negativo: insomnio de los vecinos, toneladas de basura y suciedad, mobiliario urbano destrozado, peleas y más de un coma etílico, algún embarazo no deseado y muchos accidentes de tráfico. En definitiva, una alteración de la normal convivencia, entendida como respeto a la ciudad y a quienes viven en ella que, siendo importante, no es la peor consecuencia del botellón, porque entraña más gravedad el consumo de alcohol que emborracha a muchos jóvenes y deja a una "generación tocada" que en el futuro puede pagar sus excesos juveniles.
Por eso las concentraciones de las noches de los jueves, viernes y sábados se han convertido ahora en un importante problema social que preocupa a todos: desborda a los concellos que antes abdicaron de su obligación de establecer y hacer cumplir las normas; alarma a los padres que hicieron dejación de sus funciones educativas; irrita a los vecinos, las víctimas que no pueden descansar, y embadurna y deteriora a las ciudades que pagan las consecuencias de la falta de educación.
Tras el macrobotellón solemne del Pilar, saltan todas las alarmas y se buscan soluciones apresuradas para un fenómeno descontrolado. Los concellos, los primeros en hacer dejación de funciones, hablan de medidas de choque y hasta buscan soluciones pintorescas. Tarde piaches, porque después de tanta dejadez, el problema parece no tener solución y si la tiene, se está buscando por caminos equivocados.
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