Thursday, October 18, 2007

Decíamos ayer...

Leo con fruición un artículo de hace ya muchas semanas, en el que no había podido detenerme hasta el momento. En él se asoman las palabras del viejo profesor Vidal Beneyto, uno de los descubrimientos que hice nada más aterrizar en la universidad madrileña del posfranquismo, a propósito de la entrevista a Fraga que publicó María Antonia Iglesias en El País este pasado mes de agosto.

En la entrevista se observa un político en sus últimos años, justificando lo injustificable y obsesionado por sus propios principios. La primera lección que enseña el transcurso del tiempo es la relatividad de las propias creencias: nadie, ni siquiera los científicos, han podido mantener sus ideas sin que otro viniera detrás precisándole los conceptos.

Todo el mundo tiene su época, y la de don Manuel está finiquitada. Ni su pensamiento refleja el pensamiento de la sociedad actual ni su presencia actual en el escenario político responde a una necesidad real. Todo lo contrario: posiblemente su aportación sea más una rémora que un beneficio para un partido que vemos alejado del ciudadano de a pie. Fraga mantiene su tesis de que la responsabilidad de la Guerra Civil hay que achacársela a los políticos de la Segunda República. No vamos a retomar la Historia, sino el sentido común que los años no acrecientan: a estas alturas, no tiene sentido lavarse las manos como Pilatos, o como esos niños “trasnos” que, después de hacer una gamberrada, levantan las manos con ojos de querubín y gritan “yo no fui”.

Si es criticable en muchos aspectos, es cierto que, como todo hombre, tiene ideas realmente útiles y que firmaríamos cualquiera. Por ejemplo, la eterna querencia española por repensar valores, cuando realmente no hay nada que repensar y los valores universales que recoge nuestra Constitución son los valores que existen en cualquier constitución democrática. Es cierto que esos valores no son, como dice el ex presidente, los “valores esenciales de España”. Se trata de valores universales del hombre y no de ninguna nacionalidad concreta. La dignidad, la justicia, la pluralidad... no tienen nacionalidades.

Comulgo en otro aspecto: Creo que primero es la reforma constitucional y luego la revisión estatutaria. Hacerlo al revés supone crear enormes tensiones jurídicas que no vienen al cuento, y que se trasladan al ciudadano como problemas puramente políticos, ajenos a sus inquietudes (consúltense los resultados electorales de los referendos andaluz y catalán últimos y los resultados del de ratificación de la CE en 1978, que algunos aún discuten). De ahí la ausencia de los ciudadanos en las urnas. Personalmente, pienso que también ha sido un enorme error de Zapatero, y que la situación política actual es más producto de la confluencia de una clase política mediocre que de auténticos estadistas.

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