Desde hace quince días surcan el cielo de Libia aviones que destruyen carros de combate y atacan otros objetivos del enemigo, en las aguas del Mediterráneo están barcos que llegaron allí bordeando la costa de Galicia, hay centenares de víctimas civiles…, pero los aliados siguen diciendo que esto no es una guerra sino el “uso responsable de la fuerza” para cumplir la resolución 1973 de Naciones Unidas.
En lugar de llamar a las cosas por su nombre nos quieren vender que se trata de una acción humanitaria cuyo objetivo es “proteger a la población civil” para evitar una masacre del sátrapa, al que las naciones ahora coaligadas -y muchas otras- armaron hasta los dientes, recibieron con todos los honores e hicieron con él lucrativos negocios.
Es la hipocresía de estos países occidentales, entre los que está el nuestro, para los que las razones humanitarias son el pretexto para defender posiciones geoestratégicos en torno al petróleo y al gas. Ya se sabe que el derecho internacional tiene tanta flexibilidad que depende de los intereses –económicos, por supuesto- de cada momento y de las alianzas internacionales que sean necesarias para defenderlos.
La misma flexibilidad que tienen los aliados que interpretan como les conviene la resolución inicial de Naciones Unidas. Ahora arman a los rebeldes y, aunque es arriesgado pronosticar como va acabar la operación, nadie duda que esta “odisea al amanecer” derrocará a Gadafi -el régimen ya se descompone con deserciones muy cualificadas- porque “acabó su tiempo político y no puede formar parte del futuro de Libia”.
La clave está en el día después. La transición en Libia va a ser mucho más compleja que en Túnez y Egipto por la peculiar configuración del país que no cuenta con una sociedad estructurada homologable a los países occidentales. Y por las circunstancias que vive la “oposición”, lo que ahora llaman “rebeldes”, que carecen de experiencia política y de liderazgo y se parecen más a un grupo voluntarioso que a un colectivo organizado y preparado, no ya para derrotar al dictador, sino sobre todo para organizar algo que se parezca a una democracia estable.
El paseo militar de la coalición internacional probablemente deje un país destruido, arruinado y fragmentado, sin descartar que los rebeldes ahora protegidos acaben matándose en una nueva versión de guerra civil. Entonces los aliados seguramente retomarán la diplomacia y la política. Pero, ¿para hablar con quien? Quizá deberían haber empezado por ahí.
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