El día 2 de abril el presidente del Gobierno comunicaba a sus “compañeros” que no será candidato en las elecciones del año que viene y el país oficial se paralizó. Desde entonces todo son análisis y valoraciones sobre las consecuencias de su decisión para el partido socialista, para el devenir de la oposición, para España y para Galicia y se abrió la espita a todo tipo de especulaciones sobre la sucesión, oficialmente aplazada hasta después de las elecciones municipales.
Ese era el país oficial que se entretenía con los cotilleos en los ámbitos políticos y en las tertulias de los medios de comunicación. Porque la vida sigue para el país real que tiene otras preocupaciones. Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas publicado el miércoles pasado, el paro, que aumentó en el mes de marzo en 34.406 personas -967 en Galicia-, sigue siendo el principal problema para los españoles. El sondeo del CIS consolida el pesimismo de la sociedad sobre la marcha de la economía que para el 79,5 por ciento atraviesa una situación mala o muy mala. El pesimismo también se extiende a las perspectivas de futuro y son más los que piensan que la economía empeorará que los que creen que irá a mejor a corto plazo.
Es probable que contribuyera a tanto pesimismo el hecho de que el 1 de abril, un día antes del anuncio del presidente, volvieran a subir los precios de la luz, la bombona de butano y el gas natural para millones de usuarios y en elevados porcentajes mientras las empresas energéticas presentan beneficios multimillonarios. También ese día subía el interés de referencia que encarecerá la hipoteca media en unos cincuenta euros al mes. Y casi todos los días suben los combustibles.
Con este panorama de economía estancada, el paro creciendo -el de los jóvenes llega al 43,5%-, los empleos en precario, los precios al alza y los sueldos exiguos, cada día somos más pobres y son muchas las personas y familias que tienen severas dificultades para llegar a fin de mes.
Por eso es indignante que los dirigentes de todos los partidos se entretengan en los mítines de fin con sus cotilleos sucesorios o adelantos electorales y crispando el ambiente para complacer a sus hooligans, sin que ninguno se ocupe de aportar un rayo de esperanza para las gentes del común, duramente castigadas por una crisis que no generaron.
Esa es la explicación de que, una vez más, los políticos sean el tercer problema para el común de los españoles. Aunque quizá no les importe porque ellos viven en otro mundo, ajenos a nuestra realidad.
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