El siglo XX trajo consigo una herramienta cuyo poder desconcierta: Internet. Un desconcierto que podemos comprobar en España al observar cómo algunos sectores reacios a cambiar su sistema de ingresos, anclados en modelos empresariales desechados, temen a este gigante e intentan detener sus pasos con todos los medios que tienen a su alcance.
Grave error, del mismo modo que el ebanista, el afilador o el limpia botas han tenido que desarrollar nuevos modelos de negocio para poder seguir viviendo de lo que conoce. ¿Por qué estas personas han recibido menos ayudas que las mal llamadas “industrias culturales”?
Como contraposición, asusta ver cómo las llamadas redes sociales han podido movilizar a una gran masa de jóvenes parados en Egipto para derrotar un régimen odiado por muchos, por luchar por una ansiada democracia y por obtener unos valores y un nivel de vida que observan en otros países democráticos.
Se dijo que Internet era el futuro, no me cabe ninguna duda. Por ello, por medio de estos dos casos podemos ejemplificar una paradoja del mundo de hoy: el futuro y el desarrollo no es una herramienta que se pueda modelar a nuestro gusto. La solución es adaptarse, subirse a ese tren en marcha y poder sacar el mayor partido de lo que su viaje nos ofrece.
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