Desde la llegada de Vladimir Putin a la presidencia de Rusia el último día de 1999, el control y el centralismo se endurecieron. El Presidente utilizó al Estado para destruir a sus amenazas (e instaurar a sus amistades) por miedo a perder control y para renegociar los contratos de los grandes grupos empresariales. Gracias al auge en los precios de las materias primas, que redujo la dependencia del capital extranjero, y a la confrontación creada entre empresas, esto le resultó más fácil. El caso de Mijaíl Jodorkovski ilustra a la perfección el comportamiento político de Putin. El presidente de Yukos, con vínculos con la extranjera Exxon, ferviente defensor de la liberalización y con marcadas aspiraciones políticas, era un rival peligroso. Por eso Putin, ejerciendo de “Padrino”, le envió a una prisión siberiana en 2003 y “entregó” sus mayores activos a la empresa estatal Rosneft. Ya en su tesis doctoral se podían apreciar sus ideas nacionalistas y centralistas, ideas que fue reforzando tras su paso por diversos puestos de importancia que le permitieron ver de cerca la situación del país y el auge de unos pocos oligarcas.
Putin vendió muy bien su mensaje de que unos pocos nuevos ricos estaban robando a los rusos lo que era de los rusos y se lo estaban llevando del país; y de que esa nueva clase de magnates haría de Rusia un nuevo país en desarrollo al estilo africano, con cuatro señores elegidos a dedo expoliando la riqueza estatal e invirtiéndola en su propio beneficio en propiedades en el extranjero. Gracias a su control mediático y a su férrea represión se puede afirmar que el pueblo ruso ignora que la renacionalización de Putin no dista casi nada de la privatización de su antecesor en la presidencia, y que unos pocos controlan toda la riqueza del país.
La reciente vuelta a la carga contra Jodorkovski de la justicia rusa escenifica entre otras cosas que Rusia no avanza en la dirección adecuada y que Putin, por mucho que su nuevo puesto quiera revelar, sigue siendo juez y parte en la primera línea de juego del Kremlin. Aunque la falta de garantías judiciales, la represión frente a los opositores o la indiferencia ante el rechazo internacional sea latente, el Primer Ministro hará una vez más que las aguas se encaucen por donde sus deseos marquen.
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