Ser empresario de medios de comunicación hoy tiene un gran mérito porque equivale a acudir a diario al mercado a una cita con las dificultades y el riesgo en un contexto de crisis generalizada que castiga con gran virulencia a los emprendedores de la comunicación.
El incremento de la competencia por la multiplicación de fuentes informativas en un mundo globalizado; la fortísima irrupción del entorno digital que, hoy por hoy, constituye más una amenaza que una oportunidad; las costosas inversiones en renovación tecnológica o la severa caída de los índices de lectura en lo que concierne a la prensa escrita son algunos factores que se interponen en el camino de la productividad y rentabilidad que persigue el empresario mediático y debilitan a su empresa.
Esa debilidad económica de las estructuras empresariales las vuelve muy vulnerables al afectar a la cuenta de resultados y entraña el peligro de hacerlas muy dependientes de las ayudas públicas para sobrevivir y poder salir a diario a la cita con sus lectores y oyentes. La política de ayudas, con ser buena, muchas veces no persigue solo resolver el apuro económico de las empresas sino también neutralizar o controlar sus informaciones, porque los poderes públicos -municipales, autonómicos y nacionales- siempre sucumben a la tentación de querer ejercer un control de los medios de comunicación, sean privados o públicos. El peligro está en que las empresas, acuciadas por dificultades, dejen de ser críticas y se subordinen al poder en su misión de informar, con lo que ello implica de pérdida de iniciativa y merma de la libertad que para el propio poder suele ser algo perturbador.
También tiene mérito ser periodista ahora, porque los problemas de las empresas condicionan el ejercicio de la profesión. Superada la visión romántica del periodista ofrecida en numerosas películas, la realidad hoy nos muestra a este profesional como un todo terreno mal retribuido en su trabajo, con precariedad en el empleo e inseguridad radical ante el futuro por las dificultades de las empresas inmersas en EREs más o menos encubiertos e incluso amenazadas de reconversiones con peligro cierto de cierre.
Ese entorno de incertidumbre e inseguridad no es el mejor clima para ejercer el oficio porque detrás de tanta convulsión empresarial asoma con frecuencia el recorte de libertades de información y opinión o el ejercicio mismo de una libertad que está mediatizada por la vinculación de las empresas al poder, condicionadas por sus problemas económicos y financieros.
En fin, que corren malos tiempos para las empresas de comunicación y para los periodistas. Unas y otros deberían ser un bien a proteger porque, cambiará el modelo, pero siempre necesitaremos empresas que hagan posible que los periodistas cuenten que cada día la historia continuada de nuestra cultura, de nuestras miserias y grandezas, levantando noticias, describiendo situaciones, narrando acontecimientos prestando con ello un servicio fundamental en una sociedad democrática, porque son la voz que suscita el debate para el análisis crítico y la reflexión serena.
Ojala que empresas y periodistas sean capaces de sobrevivir a la crisis en buenas condiciones para mantener su libertad e independencia informando y opinando. Para que lectores y oyentes sean más libres y cultos y formen una sociedad más plural.