Son muchos los que piensan que el Gobierno aplica a la crisis remedios equivocados. Y no les falta razón viendo como otros países con problemas similares empiezan a salir de la mala situación económica y aquí no remontamos. El mismo FMI sostiene que la estrategia española contra la crisis fue la más cara y la menos eficaz de Europa.
Ahora, con las cuentas públicas exhaustas y el déficit desbocado, llega la subida de impuestos -¿para cuando la reducción de gastos?- que el presidente dijo será "moderada, limitada y temporal" y no afectará al impuesto de sociedades ni a las rentas del trabajo, que poco podrían aportar porque seis de cada diez trabajadores -en Galicia el 70%- cobran en torno a los mil euros. Pero tampoco afectará a las grandes fortunas que seguirán tributando el uno por cien a través de sus sociedades de inversión, ni a los futbolistas extranjeros que pagan como mileuristas, ni se perseguirá el fraude fiscal que goza de excelente salud. Por tanto, en esta tanda -prepárense, que habrá más- pagarán más las rentas del capital y desaparecerán el famoso aguinaldo de los cuatrocientos euros.
Dice el presidente que la medida es razonable y que esto "no es improvisar, sino gobernar". Pero, al margen de las dudas que genera la oportunidad y eficacia de esta subida de impuestos, da la impresión que el Gobierno ya no puede con la crisis económica. Falto de ideas, actúa por impulsos que son más fruto de la improvisación que de un plan coherente para hacer frente a la gravedad del problema. Ayer fue el Plan E, ahora suben los impuestos y mañana sacarán otra ocurrencia de la chistera. Todo indica que, en esta coyuntura, los problemas del país les superan.
Parafraseando a Raymond Hull, los políticos, incluida la oposición que no presenta mejores alternativas, manejan chapuceramente los asuntos públicos y por todas partes se ve incompetencia pujante, incompetencia triunfante, que corrobora que el Principio de Peter afecta también a los gobernantes que llegan al nivel de incompetencia en el desempeño de sus cargos.
En fin, que con el Gobierno y la oposición desorientados, el barco del país avanza sin rumbo y, de acuerdo con la vieja sentencia, no hay viento favorable para aquel que no sabe a dónde va.
Ahora, con las cuentas públicas exhaustas y el déficit desbocado, llega la subida de impuestos -¿para cuando la reducción de gastos?- que el presidente dijo será "moderada, limitada y temporal" y no afectará al impuesto de sociedades ni a las rentas del trabajo, que poco podrían aportar porque seis de cada diez trabajadores -en Galicia el 70%- cobran en torno a los mil euros. Pero tampoco afectará a las grandes fortunas que seguirán tributando el uno por cien a través de sus sociedades de inversión, ni a los futbolistas extranjeros que pagan como mileuristas, ni se perseguirá el fraude fiscal que goza de excelente salud. Por tanto, en esta tanda -prepárense, que habrá más- pagarán más las rentas del capital y desaparecerán el famoso aguinaldo de los cuatrocientos euros.
Dice el presidente que la medida es razonable y que esto "no es improvisar, sino gobernar". Pero, al margen de las dudas que genera la oportunidad y eficacia de esta subida de impuestos, da la impresión que el Gobierno ya no puede con la crisis económica. Falto de ideas, actúa por impulsos que son más fruto de la improvisación que de un plan coherente para hacer frente a la gravedad del problema. Ayer fue el Plan E, ahora suben los impuestos y mañana sacarán otra ocurrencia de la chistera. Todo indica que, en esta coyuntura, los problemas del país les superan.
Parafraseando a Raymond Hull, los políticos, incluida la oposición que no presenta mejores alternativas, manejan chapuceramente los asuntos públicos y por todas partes se ve incompetencia pujante, incompetencia triunfante, que corrobora que el Principio de Peter afecta también a los gobernantes que llegan al nivel de incompetencia en el desempeño de sus cargos.
En fin, que con el Gobierno y la oposición desorientados, el barco del país avanza sin rumbo y, de acuerdo con la vieja sentencia, no hay viento favorable para aquel que no sabe a dónde va.
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