La Fundación Provigo propuso el año pasado constituir una red aeroportuaria gallega buscando la complementariedad en rutas y destinos diferenciados para que "todos los gallegos sean clientes de cualquiera de los tres aeropuertos". La propuesta, llena de sentido común, "fue vista con agrado" pero nadie dio un paso adelante para buscar sinergias y acabar con una competencia localista absurda en un mercado global.
Ahora parece que las fuerzas políticas, empresariales y sociales ven las orejas al lobo del Sá Carneiro y, alarmadas, dan pasos para definir una estrategia conjunta que supere el minifundismo aeroportuario. La iniciativa partió del ministro de Fomento, promotor del Comité de Desarrollo de Rutas Aéreas para Galicia, que celebró su primera reunión la semana pasada.
Si ese comité hiciera caso a Sir Peter Hall, profesor de Planeamiento en la Barlett School of Architecture de Londres y una autoridad mundial en urbanismo, cerraría dos de los aeropuertos gallegos. Este caballero inglés sostiene que en una distancia de 150 kilómetros "no tiene mucho sentido que haya tres aeropuertos". Y si el comité aplicara el sentido común en la elaboración de la estrategia aeroportuaria conjunta volvería a hacer caso a Sir Peter Hall -y a la Fundación Provigo- y exigiría conectar los aeropuertos "a infraestructuras ferroviarias y de autopistas", que es una lamentable carencia de las tres terminales gallegas.
Pero presiento que este comité no irá más allá de lo políticamente correcto, es decir, elaborará informes defendiendo "la singularidad y los matices enriquecedores de cada aeropuerto" y expresará sus deseos de que alcancen una mayor eficiencia "sin menoscabo para el orgullo de las tres ciudades". Como dice Lampedusa, que todo cambie para que todo siga igual.
Por tanto, no soy optimista. La herramienta que el ministro José Blanco apadrina y entrega a Galicia para reorganizar e impulsar el tráfico aéreo acabará haciendo sesudos informes que justifiquen rancios localismos, más interesados en que los aeropuertos se peleen por repartir la miseria que en hacer una propuesta para atraer juntos a compañías de vuelos y captar rutas, pasajeros y mercancías. Una pena, porque perdemos otra gran oportunidad.
Ahora parece que las fuerzas políticas, empresariales y sociales ven las orejas al lobo del Sá Carneiro y, alarmadas, dan pasos para definir una estrategia conjunta que supere el minifundismo aeroportuario. La iniciativa partió del ministro de Fomento, promotor del Comité de Desarrollo de Rutas Aéreas para Galicia, que celebró su primera reunión la semana pasada.
Si ese comité hiciera caso a Sir Peter Hall, profesor de Planeamiento en la Barlett School of Architecture de Londres y una autoridad mundial en urbanismo, cerraría dos de los aeropuertos gallegos. Este caballero inglés sostiene que en una distancia de 150 kilómetros "no tiene mucho sentido que haya tres aeropuertos". Y si el comité aplicara el sentido común en la elaboración de la estrategia aeroportuaria conjunta volvería a hacer caso a Sir Peter Hall -y a la Fundación Provigo- y exigiría conectar los aeropuertos "a infraestructuras ferroviarias y de autopistas", que es una lamentable carencia de las tres terminales gallegas.
Pero presiento que este comité no irá más allá de lo políticamente correcto, es decir, elaborará informes defendiendo "la singularidad y los matices enriquecedores de cada aeropuerto" y expresará sus deseos de que alcancen una mayor eficiencia "sin menoscabo para el orgullo de las tres ciudades". Como dice Lampedusa, que todo cambie para que todo siga igual.
Por tanto, no soy optimista. La herramienta que el ministro José Blanco apadrina y entrega a Galicia para reorganizar e impulsar el tráfico aéreo acabará haciendo sesudos informes que justifiquen rancios localismos, más interesados en que los aeropuertos se peleen por repartir la miseria que en hacer una propuesta para atraer juntos a compañías de vuelos y captar rutas, pasajeros y mercancías. Una pena, porque perdemos otra gran oportunidad.
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