La economía, durante los últimos dos años, es la verdadera protagonista de la información. La crisis ha producido el saludable efecto de que los ciudadanos se hayan percatado de que la nube de riqueza aparente en la que vivían era sólo un efecto óptico del desierto real por el que atravesaba el tejido económico, construido sobre los sectores del sol y el ladrillo. Pero una borrasca de verano se encargó de vaciar esa nube en 2007, y las aguas torrenciales arrastraron aquellos espejismos con la violencia de una gota de agua fría.
Ahora la crisis produce, entre otros efectos, que los columnistas reclamen un nuevo modelo económico basado en sectores tradicionalmente desatendidos. Confieso que las tendencias producto de los vaivenes cíclicos siempre me han parecido dignas de cuarentena. Cuando cursaba estudios de posgrado y doctorado, los profesores me prevenían de aquellas empresas que concentraban su negocio o su clientela. En términos de marketing, jamás permitas que el 80 por ciento de tu negocio esté en manos del 20 por ciento de tus clientes. Simplemente, por sentido común: en estos casos la pérdida de uno de éstos se convierte en una tragedia griega. En cambio, lo que sí me pareció siempre un elemento fundamental para cualquier economía es el factor humano. Entre otras cosas, porque la economía es una ciencia humana y no exacta, en la que aquellas variables que más distorsionan las predicciones económicas tienen mucho que ver con el capital humano; por ejemplo, la innovación o la investigación.
La realidad, sin embargo, es abrumadora. El fracaso escolar es un tema que no merece atención económica; el fomento del talento pasa por un sistema de subvenciones que deja mucho que desear; la universidad es el paradigma de la rutina y la endogamia; de los medios de comunicación podemos afirmar irónicamente que son un ejemplo del fomento de la inteligencia y el estudio… ¿Sigo? En cifras: el 22% de los universitarios ocupan un puesto inferior al de su calificación, nueve puntos más que la media de la OCDE; entre las cien mejores universidades no hay ninguna española; el problema de la educación es un problema político, que se centra en aspectos colaterales, como el predominio de un idioma sobre otro, la bondad y utilidad de las asignaturas de nuevo cuño, la implantación de continuos y absurdos programas educativos del ministro de turno...
Ahora la crisis produce, entre otros efectos, que los columnistas reclamen un nuevo modelo económico basado en sectores tradicionalmente desatendidos. Confieso que las tendencias producto de los vaivenes cíclicos siempre me han parecido dignas de cuarentena. Cuando cursaba estudios de posgrado y doctorado, los profesores me prevenían de aquellas empresas que concentraban su negocio o su clientela. En términos de marketing, jamás permitas que el 80 por ciento de tu negocio esté en manos del 20 por ciento de tus clientes. Simplemente, por sentido común: en estos casos la pérdida de uno de éstos se convierte en una tragedia griega. En cambio, lo que sí me pareció siempre un elemento fundamental para cualquier economía es el factor humano. Entre otras cosas, porque la economía es una ciencia humana y no exacta, en la que aquellas variables que más distorsionan las predicciones económicas tienen mucho que ver con el capital humano; por ejemplo, la innovación o la investigación.
La realidad, sin embargo, es abrumadora. El fracaso escolar es un tema que no merece atención económica; el fomento del talento pasa por un sistema de subvenciones que deja mucho que desear; la universidad es el paradigma de la rutina y la endogamia; de los medios de comunicación podemos afirmar irónicamente que son un ejemplo del fomento de la inteligencia y el estudio… ¿Sigo? En cifras: el 22% de los universitarios ocupan un puesto inferior al de su calificación, nueve puntos más que la media de la OCDE; entre las cien mejores universidades no hay ninguna española; el problema de la educación es un problema político, que se centra en aspectos colaterales, como el predominio de un idioma sobre otro, la bondad y utilidad de las asignaturas de nuevo cuño, la implantación de continuos y absurdos programas educativos del ministro de turno...
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