Me entero a través de un buen amigo y compañero de piso en aquel Madrid efervescente del 23-F, hoy decano en Salamanca, que ha fallecido Kolakowski, y me percato de que ha pasado sin pena ni gloria el pasamiento de una de las mentes más brillantes del siglo XX. El filósofo polaco que contaba aquella anécdota del niño que se negaba a decir en clase qué era su padre porque le avergonzaría ante sus compañeros reconocer que era filósofo, fue en su muerte el ejemplo más característico de la época que nos ha tocado vivir, de esta transición secular donde lo banal se ha convertido en el paradigma de la vida cotidiana, a la espera de que alguien se invente un posmarxismo que haga más digerible la soberbia de este capitalismo intratable tras la caída del muro de Berlín. Que se lo digan al presidente de la patronal.
En una conferencia, el profesor de Chicago pensaba en voz alta para qué servía la historia y el pasado. Hoy podemos convertir estas palabras en la pregunta del día a la vista de nuestros políticos actuales, profundos desconocedores de todo aquello que no sea su presente electoral. Nadie hay más ignorante de la Historia, incluso de su historia reciente, que el político, mago en el arte de las palabras que extraen de la chistera de feriante carismático. Kolakowski, por cierto, fue quien enfrentó lo carismático a lo racional, las chisteras al trabajo, la encuesta a la macroeceonomía.
Abrumados como estamos por el lenguaje de la responsabilidad social corporativa que se ha extendido como la gripe A entre la clase política, ahora nos preguntamos qué es el turismo sostenible, mientras se proclaman itinerarios y nuevas rutas culturales, eficiencia energética..., conceptos más propios de un buen gestor que de un gobierno que sigue dando palos de ciego a ver si salta la idea de pronto como una rana a orillas del estanque. Los empresarios agitan las aguas del río revuelto, los sindicatos continúan vacilando entre la obediencia debida y la autonomía beligerante, y los jueces decantan su profundo conocimiento en las investiduras de la res publica.
A los seis meses de entrar en Moncloa y de sus primeros ensayos de chistera y conejos blancos, algunos vaticinaban que Zapatero pasaría a la historia como uno de los más flojos presidentes de la democracia restaurada hasta hoy conocida. Ahora muchos apostarían por ello a la vista del cortejo de caballeros y damiselas reunidos en torno a la mesa redonda de la crisis mundial pero, eso sí, reverdescente. Lo malo es que tampoco hay alternativa creíble. La tiranía de los partidos, sin duda el peor cáncer de la mejor forma de gobierno conocida, que es la democracia, imposibilita que brillen los talentos que no se acomoden al peloteo partidista. O en palabras de Kolakowski, impiden que florezca lo racional frente a lo carismático.
Descanse en paz.
En una conferencia, el profesor de Chicago pensaba en voz alta para qué servía la historia y el pasado. Hoy podemos convertir estas palabras en la pregunta del día a la vista de nuestros políticos actuales, profundos desconocedores de todo aquello que no sea su presente electoral. Nadie hay más ignorante de la Historia, incluso de su historia reciente, que el político, mago en el arte de las palabras que extraen de la chistera de feriante carismático. Kolakowski, por cierto, fue quien enfrentó lo carismático a lo racional, las chisteras al trabajo, la encuesta a la macroeceonomía.
Abrumados como estamos por el lenguaje de la responsabilidad social corporativa que se ha extendido como la gripe A entre la clase política, ahora nos preguntamos qué es el turismo sostenible, mientras se proclaman itinerarios y nuevas rutas culturales, eficiencia energética..., conceptos más propios de un buen gestor que de un gobierno que sigue dando palos de ciego a ver si salta la idea de pronto como una rana a orillas del estanque. Los empresarios agitan las aguas del río revuelto, los sindicatos continúan vacilando entre la obediencia debida y la autonomía beligerante, y los jueces decantan su profundo conocimiento en las investiduras de la res publica.
A los seis meses de entrar en Moncloa y de sus primeros ensayos de chistera y conejos blancos, algunos vaticinaban que Zapatero pasaría a la historia como uno de los más flojos presidentes de la democracia restaurada hasta hoy conocida. Ahora muchos apostarían por ello a la vista del cortejo de caballeros y damiselas reunidos en torno a la mesa redonda de la crisis mundial pero, eso sí, reverdescente. Lo malo es que tampoco hay alternativa creíble. La tiranía de los partidos, sin duda el peor cáncer de la mejor forma de gobierno conocida, que es la democracia, imposibilita que brillen los talentos que no se acomoden al peloteo partidista. O en palabras de Kolakowski, impiden que florezca lo racional frente a lo carismático.
Descanse en paz.