Cerca ya del cierre de la campaña estoy seguro de que la mayoría de los electores no son capaces de asociar cada promesa con el político que la formuló y ya no saben quién va a bajar más los impuestos, subir más los salarios y pensiones, abrir más guarderías o quién prometió crear más empleo.
Pero en Galicia hay una promesa recurrente que sobresale a todas las demás: el tren de alta velocidad. Con él todos se han comprometido, desde el presidente que promete "poner fin al aislamiento histórico", hasta el líder-candidato de la oposición, que promete "atender a Galicia como es debido, dotándola de las infraestructuras que necesita". Y como ellos, todos los candidatos que desfilaron por las tribunas mitineras gallegas.
Son tantos los efectos beneficiosos de la alta velocidad que en el I Congreso de la Red de Ciudades del AVE celebrado en 2005 se dijo que esta infraestructura tiene enormes implicaciones en el desarrollo e integración de las regiones. El AVE, señalan los expertos, conecta los núcleos más activos del país, posibilita el acceso a bienes y mercados, aumenta la eficiencia de los territorios y contribuye al incremento de la productividad de las empresas.
Al AVE cabe aplicarle los versos que Curros escribió cuando llegó a Ourense la primera locomotora: "Por onde ela pasa fecunda os terreos, espértanse os homes, florecen os eidos? Tras dela vén a fartura ¡i a luz i o progreso!". Por eso es una prioridad, aunque Galicia tenga otras necesidades. Cuando llegue cambiará su faz, acabará con el aislamiento y traerá consigo un nuevo concepto espacio-temporal que dinamiza e impulsa relaciones y economías.
No se trata de tener un juguete más, sino de disponer de este símbolo de la modernidad y progreso que es vital para que el país esté conectado a las zonas más pujantes del Estado y Europa, y alcance mayor desarrollo. Por tanto, que los políticos que resulten elegidos y los que ya están dejen de gestionar expectativas y busquen el consenso, porque todos van a ser responsables, por silencios cómplices o prioridades mal entendidas, si esta gran promesa no es una realidad a tiempo.
Pero en Galicia hay una promesa recurrente que sobresale a todas las demás: el tren de alta velocidad. Con él todos se han comprometido, desde el presidente que promete "poner fin al aislamiento histórico", hasta el líder-candidato de la oposición, que promete "atender a Galicia como es debido, dotándola de las infraestructuras que necesita". Y como ellos, todos los candidatos que desfilaron por las tribunas mitineras gallegas.
Son tantos los efectos beneficiosos de la alta velocidad que en el I Congreso de la Red de Ciudades del AVE celebrado en 2005 se dijo que esta infraestructura tiene enormes implicaciones en el desarrollo e integración de las regiones. El AVE, señalan los expertos, conecta los núcleos más activos del país, posibilita el acceso a bienes y mercados, aumenta la eficiencia de los territorios y contribuye al incremento de la productividad de las empresas.
Al AVE cabe aplicarle los versos que Curros escribió cuando llegó a Ourense la primera locomotora: "Por onde ela pasa fecunda os terreos, espértanse os homes, florecen os eidos? Tras dela vén a fartura ¡i a luz i o progreso!". Por eso es una prioridad, aunque Galicia tenga otras necesidades. Cuando llegue cambiará su faz, acabará con el aislamiento y traerá consigo un nuevo concepto espacio-temporal que dinamiza e impulsa relaciones y economías.
No se trata de tener un juguete más, sino de disponer de este símbolo de la modernidad y progreso que es vital para que el país esté conectado a las zonas más pujantes del Estado y Europa, y alcance mayor desarrollo. Por tanto, que los políticos que resulten elegidos y los que ya están dejen de gestionar expectativas y busquen el consenso, porque todos van a ser responsables, por silencios cómplices o prioridades mal entendidas, si esta gran promesa no es una realidad a tiempo.
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