Dijo el profesor Jaime Barreiro que el diez de marzo "comenzó en Galicia la precampaña publicitaria de las próximas elecciones autonómicas". Si es así, habrá que preparar la mente para poder soportar las nuevas ocurrencias de los políticos a lo largo de tantos meses.
Aún está fresco el barullo de las promesas de la reciente campaña, desde el tercer carril de la AP-9, la ampliación del puente de Rande o la recurrente del tren de alta velocidad a fecha fija del 2012, hasta la finalización de la Trascantábrica, la conexión con Portugal o la inversión en conocimiento, por citar las más significativas para el país. Si se cumplieran, cambiará la faz de esta tierra. Y seguramente se irá avanzando en esa dirección aunque no será con la rapidez requerida para acortar plazos y salvar el retraso secular, porque Galicia está en esa zona templada con población y voto poco determinantes y, en consecuencia, sus representantes tienen un peso político bastante limitado.
Por eso en lo que nos queda de travesía de legislatura la clave ya no está en los diputados electos que, aunque vendrán por aquí los fines de semana, ahora están en la fase de olvido de tantas ocurrencias mitineras soltadas en el fragor de la campaña y se ocuparán poco de los asuntos de su teórico distrito.
La clave para sobrevivir a la crisis -y para progresar- está ahora en la gestión del Gobierno gallego. Que contará con la aprobación general si en lugar de apuntarse a la moda fácil de más promesas exige el cumplimiento rápido de aquellas ya expresadas y gestiona con diligencia los asuntos que preocupan y determinan nuestra vida de ciudadanos que, según el último barómetro del CIS, son la situación económica y el paro.
Por eso, ahora no tocan promesas. La hoja de ruta que marcan los ciudadanos señala que el Gobierno debe ocuparse de la economía, atenuar los efectos de la desaceleración y crear condiciones adecuadas para la generación de empleo estable en el sector privado y en la prometida y ahora más necesaria inversión pública. Si la economía funciona llegan también las soluciones a casi todos los demás problemas.
Aún está fresco el barullo de las promesas de la reciente campaña, desde el tercer carril de la AP-9, la ampliación del puente de Rande o la recurrente del tren de alta velocidad a fecha fija del 2012, hasta la finalización de la Trascantábrica, la conexión con Portugal o la inversión en conocimiento, por citar las más significativas para el país. Si se cumplieran, cambiará la faz de esta tierra. Y seguramente se irá avanzando en esa dirección aunque no será con la rapidez requerida para acortar plazos y salvar el retraso secular, porque Galicia está en esa zona templada con población y voto poco determinantes y, en consecuencia, sus representantes tienen un peso político bastante limitado.
Por eso en lo que nos queda de travesía de legislatura la clave ya no está en los diputados electos que, aunque vendrán por aquí los fines de semana, ahora están en la fase de olvido de tantas ocurrencias mitineras soltadas en el fragor de la campaña y se ocuparán poco de los asuntos de su teórico distrito.
La clave para sobrevivir a la crisis -y para progresar- está ahora en la gestión del Gobierno gallego. Que contará con la aprobación general si en lugar de apuntarse a la moda fácil de más promesas exige el cumplimiento rápido de aquellas ya expresadas y gestiona con diligencia los asuntos que preocupan y determinan nuestra vida de ciudadanos que, según el último barómetro del CIS, son la situación económica y el paro.
Por eso, ahora no tocan promesas. La hoja de ruta que marcan los ciudadanos señala que el Gobierno debe ocuparse de la economía, atenuar los efectos de la desaceleración y crear condiciones adecuadas para la generación de empleo estable en el sector privado y en la prometida y ahora más necesaria inversión pública. Si la economía funciona llegan también las soluciones a casi todos los demás problemas.