Una de las cuestiones que desde hace meses viene suscitando un encendido debate político, religioso y mediático es la asignatura Educación para la Ciudadanía.
La nueva disciplina está generando copiosas opiniones, con posturas tan irritadas y contrapuestas que uno tiene la impresión de encontrarse de nuevo ante las dos Españas irreconciliables por esa división ancestral inyectada en vena por nuestros antepasados los iberos. Entrar en la polémica en el espacio de medio folio es una temeridad que asumo para apuntar unas consideraciones.
Cuando asoma la violencia en la familia, en las aulas o en las noches de botellón; cuando es manifiesta la falta de civismo en la vía pública; cuando aparecen brotes de racismo, xenofobia o maltrato; en definitiva, cuando se atenta contra los modales o se contravienen las normas establecidas, todos, absolutamente todos, además de pedir respuestas policiales y judiciales si el caso las requiere, reclamamos el papel de la educación en la transmisión del conjunto de valores que contribuyan a erradicar aquellos comportamientos rechazables.
Pues parece que Educación para la Ciudadanía va en esa línea de inculcar en los escolares una serie de conocimientos necesarios para mejorar sus actitudes y conductas en la vida cotidiana. Los valores éticos, los derechos humanos, los deberes y obligaciones, la justicia y el uso de la libertad, el cuidado del medio, la tolerancia y el respeto a las diferencias, la resolución pacífica de conflictos, la sexualidad y los distintos modelos de familia, son algunos de los contenidos cuyo objetivo es formar personas que ejerzan como ciudadanos de forma responsable y consciente.
Me resisto a creer que sea perverso formar a los jóvenes de hoy en estos valores cívicos, que complementan la educación de los padres. Ahora bien, la clave del éxito de esta asignatura, que es una gran oportunidad para la sociedad, está en encomendar su enseñanza a un profesorado competente y sensato, alejado de cualquier partidismo. Por contra la amenaza radica en que, después de tanta polémica, puede acabar siendo una nueva maría.
La nueva disciplina está generando copiosas opiniones, con posturas tan irritadas y contrapuestas que uno tiene la impresión de encontrarse de nuevo ante las dos Españas irreconciliables por esa división ancestral inyectada en vena por nuestros antepasados los iberos. Entrar en la polémica en el espacio de medio folio es una temeridad que asumo para apuntar unas consideraciones.
Cuando asoma la violencia en la familia, en las aulas o en las noches de botellón; cuando es manifiesta la falta de civismo en la vía pública; cuando aparecen brotes de racismo, xenofobia o maltrato; en definitiva, cuando se atenta contra los modales o se contravienen las normas establecidas, todos, absolutamente todos, además de pedir respuestas policiales y judiciales si el caso las requiere, reclamamos el papel de la educación en la transmisión del conjunto de valores que contribuyan a erradicar aquellos comportamientos rechazables.
Pues parece que Educación para la Ciudadanía va en esa línea de inculcar en los escolares una serie de conocimientos necesarios para mejorar sus actitudes y conductas en la vida cotidiana. Los valores éticos, los derechos humanos, los deberes y obligaciones, la justicia y el uso de la libertad, el cuidado del medio, la tolerancia y el respeto a las diferencias, la resolución pacífica de conflictos, la sexualidad y los distintos modelos de familia, son algunos de los contenidos cuyo objetivo es formar personas que ejerzan como ciudadanos de forma responsable y consciente.
Me resisto a creer que sea perverso formar a los jóvenes de hoy en estos valores cívicos, que complementan la educación de los padres. Ahora bien, la clave del éxito de esta asignatura, que es una gran oportunidad para la sociedad, está en encomendar su enseñanza a un profesorado competente y sensato, alejado de cualquier partidismo. Por contra la amenaza radica en que, después de tanta polémica, puede acabar siendo una nueva maría.
No comments:
Post a Comment