Entre los ajustes del Gobierno para calmar a los mercados y ahuyentar la amenaza de rescate del país llama especialmente la atención la supresión, a partir de febrero, de la ayuda de 426 euros a los parados de larga duración que ya no perciben prestación alguna.
La verdad es que no escuché decir a expertos en cuestiones económicas ni a analistas de la crisis que retirar esta ayuda fuera determinante para que el país pudiera superar la mala situación que padece. Por contra, hay coincidencia general en que su eliminación es una medida de profundo calado antisocial que deja en la indigencia a miles de compatriotas, entre ellos 10.000 gallegos, con grave riesgo de exclusión social. ¿Tan mal está el país para dejar desamparados a cientos de miles de personas, víctimas de una crisis que no causaron? ¿No se podría ahorrar el dinero de esa ayuda suprimiendo o racionalizando tanta administración superflua o recuperando algún impuesto que beneficia a los más pudientes?
Berlanga nos dejó varios retratos magistrales de aquella sociedad española posterior a la guerra, que era hipócrita y mezquina, en películas disfrazadas de inocentes comedias. Una de ellas es “Plácido”, cuyo protagonista vive con la angustia de no poder pagar al banco la letra del carromato, que es su medio de vida y sustento de la familia.
Ahora, el recorte de esta prestación también deja a miles de “plácidos” en situación personal muy delicada porque no saben si van a poder pagar las letras de sus carromatos que les llegan cada mes en forma de recibos de la hipoteca, del alquiler, de la luz o del agua y, lo que es más grave y angustioso, no saben si mañana van a tener un plato de comida para ellos y para sus hijos.
Si algo de bueno tiene la crisis es que nos deja con las vergüenzas al descubierto. Por ejemplo, el Gobierno retira la ayuda de 426 euros a los parados pero se vuelca con el poderoso mundo de las finanzas. Y España, como socio comunitario, participa en el rescate de Irlanda cuyo Gobierno también impone severos recortes a la población, pero tolera que un banco rescatado reparta 40 millones entre los directivos que lo llevaron a la ruina. Es la doble moral de esta sociedad global, tan incoherente e hipócrita como la de la sociedad que retrató Berlanga, lo que demuestra que a veces vamos a más, pero no siempre a mejor.
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