Me aburre el estatus quo de este país; me adormece soberanamente. Sin embargo, encuentro algo de consuelo en que no soy el único al que esta naranja desgajada se le hace en ocasiones indigerible. Al menos eso oigo a mi alrededor día sí y día también. Y, quieran o no, eso del pesar compartido se hace un poco menos pesar y algo más llevadero.
En principio no fue la luz, sino la política. Votante convencido del socialismo, pero sin perder el espíritu crítico de mis añorados viejos profesores, un recuerdo para Aranguren, García Calvo, Peces-Barba, Carmen Llorca, Tierno Galván…, el nuevo líder de cejas arqueadas que me recuerda la caricatura que un día me hizo Siro, Zapatero, a tus zapatos, se me hizo un advenedizo de poca monta. Sus primeras decisiones fueron ya el origen de mis desacuerdos, que el tiempo no iría más que acrecentando. Vulgar, mediocre, endiosado en ocasiones, demasiado suficiente para no caer en el muy deficiente, irreflexivo o lo que es peor, del rebaño simplón de aprobados en cualquier instituto de esta envejecida orografía española, se convirtió en otra víctima de una crisis finisecular que se extiende a doquier. El gobierno bipartito gallego fue un ejemplo más que un apéndice de aquel sentimiento generalizado: ni se enteraron de que el pueblo llano, votante y gobernante, estaba hasta las mismas narices de sus disputas y estupideces, y así se encontraron con las urnas en contra mientras se preguntaban qué había pasado, no puede ser, algún error hubo en algún lado, sí que lo hubo, claro, en toda vuestra chulería de perros atados con longanizas... Pero nada, erre que erre: ciegos por todas partes, calentando el ambiente hasta la irreflexión más profunda, con una oposición que no es más que un cúmulo de despropósitos, los votantes seguimos boquiabiertos ante un espectáculo auténticamente lamentable, donde unos se cierran en banda al grito de que se jodan ellos, y otros se creen inspirados por la profética iluminación de la nueva savia de la pre-Inquisición. Vamos, que desentierran los cadáveres del camino, ignorantes de su pasado más cercano, incluso despreciativos de su pasado inmediato, aún más, reinterpretando la historia a su gusto, y caen en un patético sentimiento de abanderados del pueblo que está hasta el mismísimo de tanto fantoche iluminado.
Y si la política es triste como la vida misma, la sociedad es un esqueleto deforme que ilustra la clase de osteoporosis de turno. Entre los que se revelan porque la edad les llena de hormonas y creencias de nuevos supermanes, salvadores de la patria, la suya claro, algo lógico y hasta perdonable, y los que aún malviven desenterrando siglos y quejidos y ostias en verso, la mayoría camina embebida en una integrada que vocifera bajo el nombre de Belén Esteban, o el Jorge Javier de turno, o los múltiples y variopintos grandes hermanos, o la madre que los parió a todos, que hasta las posaderas me tienen con tanto raquitismo mental, que ni me interesa su mala vida, ni la buena, ni la de uno, ni la otro, ni la de más allá, que la santísima virgen se las bendiga a todos, pero que me dejen en paz, qué mierda de mando que en todos existe la misma mierda, eso sí, democrática y al gusto del espectador, será el que pare tu pequeño cerebro gris que yo estoy hasta los mismísimos de ir del 1 al 31 buscando dónde poder echar una cabecita sin que nadie me grite al oído o me cree la verbena de la paloma a media tarde, dios, como decía el otro, para que luego te vengan y te invadan incluso tu mesa virtual, y te asalten por la calle con discursos de banderines de futbolín y te digan, eso sí, que somos el pueblo elegido, el germen del que saldrán nuevas y mejores cosechas, la madre que los parió a todos, que se vayan al infierno y nos dejen leer a los que ellos no han leído jamás, ni leerán, ni sabrán que existen, gilipollas con todas las letras…
¿Y la literatura? ¿Y el arte? Dios, qué cansino tanto majadero de turno, tanto mequetrefe de autoservicio, tanto discurso melibeo de nuevas esencias descubiertas hasta en la mierda ajena, que por más ensalzada y enlatada que esté no dejará de ser mierda…
¡Qué tristes los cambios de siglo!
En principio no fue la luz, sino la política. Votante convencido del socialismo, pero sin perder el espíritu crítico de mis añorados viejos profesores, un recuerdo para Aranguren, García Calvo, Peces-Barba, Carmen Llorca, Tierno Galván…, el nuevo líder de cejas arqueadas que me recuerda la caricatura que un día me hizo Siro, Zapatero, a tus zapatos, se me hizo un advenedizo de poca monta. Sus primeras decisiones fueron ya el origen de mis desacuerdos, que el tiempo no iría más que acrecentando. Vulgar, mediocre, endiosado en ocasiones, demasiado suficiente para no caer en el muy deficiente, irreflexivo o lo que es peor, del rebaño simplón de aprobados en cualquier instituto de esta envejecida orografía española, se convirtió en otra víctima de una crisis finisecular que se extiende a doquier. El gobierno bipartito gallego fue un ejemplo más que un apéndice de aquel sentimiento generalizado: ni se enteraron de que el pueblo llano, votante y gobernante, estaba hasta las mismas narices de sus disputas y estupideces, y así se encontraron con las urnas en contra mientras se preguntaban qué había pasado, no puede ser, algún error hubo en algún lado, sí que lo hubo, claro, en toda vuestra chulería de perros atados con longanizas... Pero nada, erre que erre: ciegos por todas partes, calentando el ambiente hasta la irreflexión más profunda, con una oposición que no es más que un cúmulo de despropósitos, los votantes seguimos boquiabiertos ante un espectáculo auténticamente lamentable, donde unos se cierran en banda al grito de que se jodan ellos, y otros se creen inspirados por la profética iluminación de la nueva savia de la pre-Inquisición. Vamos, que desentierran los cadáveres del camino, ignorantes de su pasado más cercano, incluso despreciativos de su pasado inmediato, aún más, reinterpretando la historia a su gusto, y caen en un patético sentimiento de abanderados del pueblo que está hasta el mismísimo de tanto fantoche iluminado.
Y si la política es triste como la vida misma, la sociedad es un esqueleto deforme que ilustra la clase de osteoporosis de turno. Entre los que se revelan porque la edad les llena de hormonas y creencias de nuevos supermanes, salvadores de la patria, la suya claro, algo lógico y hasta perdonable, y los que aún malviven desenterrando siglos y quejidos y ostias en verso, la mayoría camina embebida en una integrada que vocifera bajo el nombre de Belén Esteban, o el Jorge Javier de turno, o los múltiples y variopintos grandes hermanos, o la madre que los parió a todos, que hasta las posaderas me tienen con tanto raquitismo mental, que ni me interesa su mala vida, ni la buena, ni la de uno, ni la otro, ni la de más allá, que la santísima virgen se las bendiga a todos, pero que me dejen en paz, qué mierda de mando que en todos existe la misma mierda, eso sí, democrática y al gusto del espectador, será el que pare tu pequeño cerebro gris que yo estoy hasta los mismísimos de ir del 1 al 31 buscando dónde poder echar una cabecita sin que nadie me grite al oído o me cree la verbena de la paloma a media tarde, dios, como decía el otro, para que luego te vengan y te invadan incluso tu mesa virtual, y te asalten por la calle con discursos de banderines de futbolín y te digan, eso sí, que somos el pueblo elegido, el germen del que saldrán nuevas y mejores cosechas, la madre que los parió a todos, que se vayan al infierno y nos dejen leer a los que ellos no han leído jamás, ni leerán, ni sabrán que existen, gilipollas con todas las letras…
¿Y la literatura? ¿Y el arte? Dios, qué cansino tanto majadero de turno, tanto mequetrefe de autoservicio, tanto discurso melibeo de nuevas esencias descubiertas hasta en la mierda ajena, que por más ensalzada y enlatada que esté no dejará de ser mierda…
¡Qué tristes los cambios de siglo!
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