Ha llegado la primavera. Enfrascado como estoy en la revisión de la presentación que me guiará cinco horas de clase en el máster de Recursos Humanos de la Universidad de Santiago, permanezco bastante ajeno a los vaivenes de las últimas elecciones gallegas. Me cansa que los políticos miren más para el estómago que para la cabeza, y se empeñan en justificar y explicar sus malos resultados, cuando la sensación del ciudadano es de un gobierno con parálisis total.
Me detengo a ratos en la lectura y anotaciones oportunas a un reciente artículo de Jáuregui sobre la credibilidad del periodismo, y periódicamente me enfrasco en las webs de universidades de todo el mundo buscando un posgrado adecuado a los intereses de un alumno que me ha pedido sugerencias. Quienes diseñan los programas de postgrado en las universidades españolas deben vivir en el mundo onírico de sus limitados programas de estudio, porque me parece increíble que la oferta sea tan escasa, y en Galicia nula, al menos sobre lo que busco.
Así no me extraña leer que "las empresas piden más geólogos e ingenieros preparados para trabajar y menos filólogos preparados para teorizar". Habrá que especificar qué empresas prefieren un geólogo a un filólogo, porque no creo que los geólogos tengan mucho que hacer en una editorial de literatura clásica o en el sector publicitario, por ejemplo. Son las típicas declaraciones que se pueden oír a doquier y que minusvaloran las enseñanzas humanísticas. Muy mal lo estamos haciendo todos cuando fomentamos esta apoplejía intelectual.
He leído que algunas empresas norteamericanas están incorporando titulados en áreas de Humanidades porque demuestran una especial sensibilidad a la innovación y al pensamiento abstracto, aptitudes más difíciles de encontrar en las ciencias exactas. No hay nada peor que dejar la formación a los economistas o a los profesores. Ambos se lamentan por igual de que menos del 1,1% del PIB español se dedique a la universidad, y de que Galicia se sitúe entre las comunidades que menos gastan por alumno, con un 40% menos que Navarra. Pero ninguno de ellos tiene más imaginación que un geólogo.
El sol que entra por la ventana se refleja en la diapositiva cincuenta, que se resiste. A algunos les vendría bien volver a las aulas.
Me detengo a ratos en la lectura y anotaciones oportunas a un reciente artículo de Jáuregui sobre la credibilidad del periodismo, y periódicamente me enfrasco en las webs de universidades de todo el mundo buscando un posgrado adecuado a los intereses de un alumno que me ha pedido sugerencias. Quienes diseñan los programas de postgrado en las universidades españolas deben vivir en el mundo onírico de sus limitados programas de estudio, porque me parece increíble que la oferta sea tan escasa, y en Galicia nula, al menos sobre lo que busco.
Así no me extraña leer que "las empresas piden más geólogos e ingenieros preparados para trabajar y menos filólogos preparados para teorizar". Habrá que especificar qué empresas prefieren un geólogo a un filólogo, porque no creo que los geólogos tengan mucho que hacer en una editorial de literatura clásica o en el sector publicitario, por ejemplo. Son las típicas declaraciones que se pueden oír a doquier y que minusvaloran las enseñanzas humanísticas. Muy mal lo estamos haciendo todos cuando fomentamos esta apoplejía intelectual.
He leído que algunas empresas norteamericanas están incorporando titulados en áreas de Humanidades porque demuestran una especial sensibilidad a la innovación y al pensamiento abstracto, aptitudes más difíciles de encontrar en las ciencias exactas. No hay nada peor que dejar la formación a los economistas o a los profesores. Ambos se lamentan por igual de que menos del 1,1% del PIB español se dedique a la universidad, y de que Galicia se sitúe entre las comunidades que menos gastan por alumno, con un 40% menos que Navarra. Pero ninguno de ellos tiene más imaginación que un geólogo.
El sol que entra por la ventana se refleja en la diapositiva cincuenta, que se resiste. A algunos les vendría bien volver a las aulas.
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