“Ya ha muerto un hombre”. Doscientos años después del nacimiento de Larra, quien remató ‘Un reo de muerte’ con esta frase, el pesimismo sigue invadiendo la conciencia nacional. El ‘vuelva usted mañana’ es aún una sentencia que caracteriza a nuestra Administración.
En esta crisis generalizada de esperanza, que no sólo es económica, la solución pasa por mirar a los ojos del optimismo. Caer en la apatía no es sino una falta de compromiso de quienes rigen nuestro futuro. Y así no se entienden declaraciones como “la perfección no existe” para justificar el accidente de una turista en el paseo marítimo coruñés, o las de Tráfico tras la tragedia de Toques -y antes de darse a conocer los resultados de las primeras investigaciones-, hablando de ‘verdugos’, ajeno al dolor de las familias.
El gran deber de un depositario de la confianza pública es hacer lo imposible por conseguir lo que yo ya sé que es difícil. No deseo que me gobierne quien se justifica en que lo que pasa es normal que pase. Me repugna pagar con mis impuestos a quien no tenga más discurso que recordarme que sólo puedo pedir lo posible. No, señor: No puede decirme que es inútil que me levante cada mañana deseando que ese día sea también el fin de la resignación, la rutina y lo posible.
Necesito -y ese es el gran fracaso de nuestros políticos, incapaces de entender lo que dice la sociedad en las urnas-, que alguien me infunda la misma esperanza que yo mismo he de verter en cada palabra, en cada acto, ante mi familia y amigos…, porque sé que sólo así haremos posible lo imposible.
El ‘we can’ de Obama era eso; el discurso de Krugman y Stiglitz es el discurso fatalista de quienes ven el mundo en blanco y negro. La única diferencia entre los reputados economistas y quienes normalmente gobiernan nuestros destinos, es que a aquellos se les reconoce una competencia profesional que sólo en muy contadas ocasiones reconocemos en los políticos. El deber de quienes ostentan la máxima competencia profesional es el de aconsejar y advertir, y por eso pueden pintarnos las Pinturas Negras de Goya; el deber de un político es el de animarme a que me levante cada mañana porque ‘yo puedo’, porque ‘nosotros podemos’ y debemos hacer que sea posible.
Me niego a pensar que “ya ha muerto un pueblo”.
En esta crisis generalizada de esperanza, que no sólo es económica, la solución pasa por mirar a los ojos del optimismo. Caer en la apatía no es sino una falta de compromiso de quienes rigen nuestro futuro. Y así no se entienden declaraciones como “la perfección no existe” para justificar el accidente de una turista en el paseo marítimo coruñés, o las de Tráfico tras la tragedia de Toques -y antes de darse a conocer los resultados de las primeras investigaciones-, hablando de ‘verdugos’, ajeno al dolor de las familias.
El gran deber de un depositario de la confianza pública es hacer lo imposible por conseguir lo que yo ya sé que es difícil. No deseo que me gobierne quien se justifica en que lo que pasa es normal que pase. Me repugna pagar con mis impuestos a quien no tenga más discurso que recordarme que sólo puedo pedir lo posible. No, señor: No puede decirme que es inútil que me levante cada mañana deseando que ese día sea también el fin de la resignación, la rutina y lo posible.
Necesito -y ese es el gran fracaso de nuestros políticos, incapaces de entender lo que dice la sociedad en las urnas-, que alguien me infunda la misma esperanza que yo mismo he de verter en cada palabra, en cada acto, ante mi familia y amigos…, porque sé que sólo así haremos posible lo imposible.
El ‘we can’ de Obama era eso; el discurso de Krugman y Stiglitz es el discurso fatalista de quienes ven el mundo en blanco y negro. La única diferencia entre los reputados economistas y quienes normalmente gobiernan nuestros destinos, es que a aquellos se les reconoce una competencia profesional que sólo en muy contadas ocasiones reconocemos en los políticos. El deber de quienes ostentan la máxima competencia profesional es el de aconsejar y advertir, y por eso pueden pintarnos las Pinturas Negras de Goya; el deber de un político es el de animarme a que me levante cada mañana porque ‘yo puedo’, porque ‘nosotros podemos’ y debemos hacer que sea posible.
Me niego a pensar que “ya ha muerto un pueblo”.