Tal era el grito de guerra de los ilustrados. ¡Basta de minorías de edad del ciudadano! Este es capaz de tomar decisiones por sí mismo sin necesidad de intermediarios que le recuerden supuestos defectos y escasas capacidades. ¡Ten valor a conocer y servirte de tu propio intelecto! Los políticos en campaña recuerdan en demasía a aquellos oscuros personajes que se creían imprescindibles como mediadores ante un pueblo al que creían ignorante. Como en la Galicia de Curros, el médico, el alcalde político y el cura eran los elegidos divinos que traían el bien a una ciudadanía que permanecía dormida en la larga noche de piedra.
Quien se sienta gallego, está más cerca de mí, dicen unos, retomando la oratoria cristiana de aquellas comunidades primitivas y helenizadas; quienes deseen salir de la crisis, deben votarme a mí, dicen otros, con ocultas recetas mágicas desconocidas para todos, y quienes se sientan humillados por el sistema, que siempre habrá, tienen en sus manos la facultad de implantar la solución definitiva, dicen los otros. Frente a la campaña gallega, hemos salido de la brillante maestría que tienen los norteamericanos, y que no cesa de asombrarme, para hacer campañas con ideas emocionales, montando espectáculos como si en ellos se decidiera el anillo baloncestístico. Es el poder de la comunicación emocional, complementaria de la inteligencia emocional que predica por doquier Daniel Goleman, y que ellos manejan con una facilidad sin igual.
La puesta en escena de los norteamericanos es insuperable, tanto como la maestría con la que sus políticos preparan las intervenciones usando los sistemas de uso diario en los medios de comunicación, o incluso esa permanente orientación a un objetivo predefinido que les permite pensar hasta en el último detalle con enorme antelación. Tanta como que alguno de sus ‘negros’ se pase semanas preparando un discurso donde lo menos importante son las recetas y donde todo está construido para emocionar. La retórica de Aristóteles surge de nuevo en una versión de colono protestante que ensalza al hombre frente al sistema.
Mientras, en nuestro espectáculo circense de la política, todos consultan los oráculos de los dioses. Cerca del pueblo, a quien piden su investidura para gobernar como césares revestidos de la potestas y la auctoritas de los cesaropapistas de la Edad Media. Es el momento de sacar del armario complejos programas electorales, soluciones pensadas por los especialistas indiscutibles, recetas de magias infalibles... Pero el ciudadano gallego no siente emoción porque de nuevo se abran las urnas y en su mano se halle su futuro. No hay ningún Obama que le convenza del poder que sí tiene.
Quien se sienta gallego, está más cerca de mí, dicen unos, retomando la oratoria cristiana de aquellas comunidades primitivas y helenizadas; quienes deseen salir de la crisis, deben votarme a mí, dicen otros, con ocultas recetas mágicas desconocidas para todos, y quienes se sientan humillados por el sistema, que siempre habrá, tienen en sus manos la facultad de implantar la solución definitiva, dicen los otros. Frente a la campaña gallega, hemos salido de la brillante maestría que tienen los norteamericanos, y que no cesa de asombrarme, para hacer campañas con ideas emocionales, montando espectáculos como si en ellos se decidiera el anillo baloncestístico. Es el poder de la comunicación emocional, complementaria de la inteligencia emocional que predica por doquier Daniel Goleman, y que ellos manejan con una facilidad sin igual.
La puesta en escena de los norteamericanos es insuperable, tanto como la maestría con la que sus políticos preparan las intervenciones usando los sistemas de uso diario en los medios de comunicación, o incluso esa permanente orientación a un objetivo predefinido que les permite pensar hasta en el último detalle con enorme antelación. Tanta como que alguno de sus ‘negros’ se pase semanas preparando un discurso donde lo menos importante son las recetas y donde todo está construido para emocionar. La retórica de Aristóteles surge de nuevo en una versión de colono protestante que ensalza al hombre frente al sistema.
Mientras, en nuestro espectáculo circense de la política, todos consultan los oráculos de los dioses. Cerca del pueblo, a quien piden su investidura para gobernar como césares revestidos de la potestas y la auctoritas de los cesaropapistas de la Edad Media. Es el momento de sacar del armario complejos programas electorales, soluciones pensadas por los especialistas indiscutibles, recetas de magias infalibles... Pero el ciudadano gallego no siente emoción porque de nuevo se abran las urnas y en su mano se halle su futuro. No hay ningún Obama que le convenza del poder que sí tiene.
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