En una viñeta de Forges dialogan los dos personajes: “¡Loado sea el cielo: por fin vas a colgar el cuadro!”, dice el que está sentado mirando a su colega pertrechado para el trabajo. “Deso nada: tengo reunión del comité de listas electorales”, contesta este. “Pues te vas sin casco”, avisa el primero.
No debe ser tarea fácil esta de seleccionar a unos candidatos y eliminar a otros de entre muchos alternativos. Pero que se sepa, ningún militante de los partidos con representación en O Hórreo -faltan por cerrar las del PP- acudió con casco a las reuniones en las que se elaboraron las listas, aunque en algún caso aparecieran cuchillos bien afilados y los resultados generaran muchos disgustos y algunas lágrimas.
Ya se sabe que en la confección de las listas son determinantes la opinión de las agrupaciones locales, las luchas por los equilibrios de poder entre distintas tendencias y cierto afán de renovación limitada. Las nomenclaturas se reservan los primeros puestos con cabecera de cartel para los líderes y algún personaje notable capaz de contrarrestar la popularidad de los candidatos de las otras formaciones. El resto son candidatos desconocidos impuestos en esas listas cerradas que en muchos casos desplazan a los críticos sin otro mérito que la fidelidad a la cadena de mando.
Supongo yo que nadie espera que las candidaturas ilusionen a los electores, que no se sienten muy representados ni por arriba, donde hay más de lo mismo, ni por los que aparecen más abajo que son, en su mayoría, candidatos sin raíces locales que tampoco saben a quien representan porque sus responsabilidades se diluyen en el teórico distrito electoral que es la provincia.
Por tanto, se perdió la oportunidad de lograr cierta representatividad territorial. El modelo político imperante, pese a sus defectos, permitía aprovechar la natural comarcalización del país y buscar candidatos vinculados a esos territorios para que representaran sus intereses en el Parlamento en lugar de estar cuatro años refugiados en los escaños para votar del lado del gobierno o de la oposición. Pero seguramente los propios partidos no quieren diputados con iniciativas que podrían atentar contra su disciplina
No debe ser tarea fácil esta de seleccionar a unos candidatos y eliminar a otros de entre muchos alternativos. Pero que se sepa, ningún militante de los partidos con representación en O Hórreo -faltan por cerrar las del PP- acudió con casco a las reuniones en las que se elaboraron las listas, aunque en algún caso aparecieran cuchillos bien afilados y los resultados generaran muchos disgustos y algunas lágrimas.
Ya se sabe que en la confección de las listas son determinantes la opinión de las agrupaciones locales, las luchas por los equilibrios de poder entre distintas tendencias y cierto afán de renovación limitada. Las nomenclaturas se reservan los primeros puestos con cabecera de cartel para los líderes y algún personaje notable capaz de contrarrestar la popularidad de los candidatos de las otras formaciones. El resto son candidatos desconocidos impuestos en esas listas cerradas que en muchos casos desplazan a los críticos sin otro mérito que la fidelidad a la cadena de mando.
Supongo yo que nadie espera que las candidaturas ilusionen a los electores, que no se sienten muy representados ni por arriba, donde hay más de lo mismo, ni por los que aparecen más abajo que son, en su mayoría, candidatos sin raíces locales que tampoco saben a quien representan porque sus responsabilidades se diluyen en el teórico distrito electoral que es la provincia.
Por tanto, se perdió la oportunidad de lograr cierta representatividad territorial. El modelo político imperante, pese a sus defectos, permitía aprovechar la natural comarcalización del país y buscar candidatos vinculados a esos territorios para que representaran sus intereses en el Parlamento en lugar de estar cuatro años refugiados en los escaños para votar del lado del gobierno o de la oposición. Pero seguramente los propios partidos no quieren diputados con iniciativas que podrían atentar contra su disciplina
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