Wednesday, October 01, 2008

La tristeza de Fonseca

Hace cien años, las autoridades políticas y académicas de Santiago andaban a vueltas con la construcción de una Facultad de Medicina, necesaria para “una enseñanza eficaz” que hasta entonces se venía impartiendo en aulas de Fonseca y en el Hospital Real.

Se habilitó el solar detrás del Hospital Real y el Rectorado encargó el proyecto al arquitecto Francisco Arbós y Tremanti que diseñó un edificio en la línea del eclecticismo decimonónico, de una belleza singular, en el que sobresale la fachada principal con el doble pórtico del cuerpo central y la cantería ornamental. La nueva Facultad abrió sus puertas en 1928, trece años después de publicada La Casa de la Troya y dos años antes de que don José Ortega escribiera que la misión de la Universidad es la transmisión de la cultura, la enseñanza de las profesiones y la investigación.

Un siglo después, la historia se repite porque también ahora las autoridades políticas y académicas andan ocupadas en la construcción del nuevo Campus de Ciencias da Saúde en el entorno del Clínico para “una enseñanza eficaz” en Medicina, Odontología y Enfermería, de acuerdo con lo que demanda ahora a estas profesiones una sociedad en permanente cambio.

Es cierto que el horizonte del nuevo Campus aún se ve lejano. Pero este curso ya está operativo como edificio-avanzadilla, el Aulario construido junto al Clínico en el que desde hoy recibirán enseñanza los alumnos de cuarto, quinto y sexto de Medicina. ¿El desplazamiento de la mitad del alumnado a esas aulas es el principio del fin de la Facultad de San Francisco después de ochenta años formando médicos? En el Rectorado dicen que de momento no han contemplado desprenderse de ella, pero conociendo la voracidad de la Xunta es probable que la Universidad acabe “donando” uno de sus edificios más emblemáticos.

Quizá es el tributo al progreso, que exige cambios. Pero para cientos de profesores y miles de alumnos que vivieron entre aquellas nobles paredes sus historias profesionales y personales, Fonseca se queda más triste y sola si su vieja Facultad cambia de manos y usos. Y “triste y llorosa queda la Universidad” (y la ciudad) que perderán uno de sus iconos.

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