Parafraseando a un viejo profesor que afirmaba que los títulos académicos “no dan la ciencia, pero la suponen”, hay constatación empírica que el acta de diputado tampoco otorga el control verbal, que requieren las normas no escritas de la cortesía parlamentaria, a aquellos políticos que la consiguen. Pero debería suponer que los investidos como padres de la patria son portadores en dosis adecuadas de buena educación, de tolerancia y sosiego en sus intervenciones y de respeto a los que mantienen otro punto de vista.
Pues parece que es mucho suponer viendo y oyendo lo que ocurre en las sesiones parlamentarias de los miércoles, cuyo ejemplo más señero encontramos en la semana pasada. En intervención poco afortunada, un portavoz se lanzó a la yugular de la oposición apelando a la genética política y resucitando un pasado amortizado que nada aportaba al debate y nada tenía que ver con la biografía de los diputados del grupo aludido. La reyerta barriobajera puede que enardezca a los hoolligans pero no da votos, porque aquí se aprecia más una explicación razonada que una frase mordaz.
Es cierto que Gobierno y Oposición no van al Parlamento para echarse flores sino para debatir con dureza y tensión y defender con ardor aquellas propuestas que creen más adecuadas para los gobernados, que son la razón por la que unos y otros están sentados en esos escaños. Ahora bien, los debates deberían ser civilizados, aunque quepa en ellos alguna palabrería gruesa de acoso al contrario que forma parte del juego parlamentario.
¿Irá por esta senda el debate sobre el Estado de la Autonomía?. Acaba de empezar cuando escribo estas líneas y cabe esperar que aporte algo más que la imagen tradicional de los líderes tirándose la legislatura a la cabeza en una guerra de cifras y reproches. Es bueno que debatan, confronten y discrepen, pero esta vez deberían olvidar las ofuscaciones partidarias de la precampaña y unir sus esfuerzos para realizar diagnósticos certeros de nuestros problemas e incorporar las propuestas valiosas de todos para encontrar mejores alternativas de solución a la crisis que padecemos. Para recuperar la confianza en el país y en el sistema.
Pues parece que es mucho suponer viendo y oyendo lo que ocurre en las sesiones parlamentarias de los miércoles, cuyo ejemplo más señero encontramos en la semana pasada. En intervención poco afortunada, un portavoz se lanzó a la yugular de la oposición apelando a la genética política y resucitando un pasado amortizado que nada aportaba al debate y nada tenía que ver con la biografía de los diputados del grupo aludido. La reyerta barriobajera puede que enardezca a los hoolligans pero no da votos, porque aquí se aprecia más una explicación razonada que una frase mordaz.
Es cierto que Gobierno y Oposición no van al Parlamento para echarse flores sino para debatir con dureza y tensión y defender con ardor aquellas propuestas que creen más adecuadas para los gobernados, que son la razón por la que unos y otros están sentados en esos escaños. Ahora bien, los debates deberían ser civilizados, aunque quepa en ellos alguna palabrería gruesa de acoso al contrario que forma parte del juego parlamentario.
¿Irá por esta senda el debate sobre el Estado de la Autonomía?. Acaba de empezar cuando escribo estas líneas y cabe esperar que aporte algo más que la imagen tradicional de los líderes tirándose la legislatura a la cabeza en una guerra de cifras y reproches. Es bueno que debatan, confronten y discrepen, pero esta vez deberían olvidar las ofuscaciones partidarias de la precampaña y unir sus esfuerzos para realizar diagnósticos certeros de nuestros problemas e incorporar las propuestas valiosas de todos para encontrar mejores alternativas de solución a la crisis que padecemos. Para recuperar la confianza en el país y en el sistema.
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