Mientras nuestros sindicatos libres expresaban sus reivindicaciones el Primero de Mayo, se supo que la Policía china rescataba a 167 menores de entre nueve y dieciséis años, que habían sido vendidos para trabajar como esclavos en fábricas y talleres que producen artículos destinados para la exportación. Los chicos trabajaban a destajo en jornadas interminables y cobraban en torno a 30 céntimos de euro la hora. Dijo un funcionario local que los patronos actúan así "para reducir costes".
Desgraciadamente, no es un hecho aislado de explotación laboral de niños, ni siquiera el más sonado. Las noticias de redadas en fábricas ilegales acusadas de explotar a sus trabajadores, muchos de ellos menores, son frecuentes en países asiáticos emergentes que pasan de la declaración universal de los derechos humanos, aunque la hayan firmado.
Incluso aquí hubo casos similares con obreros portugueses que trabajaban en la construcción en condiciones y salarios más propios del tercer mundo que de un país de la rica Europa. Es verdad que se trata de abusos puntuales cometidos por empresarios desalmados que una vez denunciados son corregidos por el propio sistema democrático, que suele estar vigilante para evitar tales desmanes.
Por el contrario, los países con regímenes autoritarios consienten como normal y sin escrúpulos el trabajo de menores o la explotación continuada de adultos. En su seno, los sindicatos libres están proscritos, el derecho a la huelga no existe, lo que entendemos por movimiento obrero ni siquiera está en pañales y la Fiesta del Trabajo es una falacia. Y como en economía nadie cree en milagros, cabe preguntar si estas curiosas "relaciones laborales" son el secreto de los crecimientos espectaculares de esas economías emergentes, que causan tanta admiración y hasta papanatismo en occidente.
En fin, que aun admitiendo algún defecto, larga vida a la legislación laboral, al movimiento sindical y a sus conquistas sociales. Algo que tendrán que crear los trabajadores de esos países para que, tras la economía global, se globalicen también sus derechos y los de los niños.
Desgraciadamente, no es un hecho aislado de explotación laboral de niños, ni siquiera el más sonado. Las noticias de redadas en fábricas ilegales acusadas de explotar a sus trabajadores, muchos de ellos menores, son frecuentes en países asiáticos emergentes que pasan de la declaración universal de los derechos humanos, aunque la hayan firmado.
Incluso aquí hubo casos similares con obreros portugueses que trabajaban en la construcción en condiciones y salarios más propios del tercer mundo que de un país de la rica Europa. Es verdad que se trata de abusos puntuales cometidos por empresarios desalmados que una vez denunciados son corregidos por el propio sistema democrático, que suele estar vigilante para evitar tales desmanes.
Por el contrario, los países con regímenes autoritarios consienten como normal y sin escrúpulos el trabajo de menores o la explotación continuada de adultos. En su seno, los sindicatos libres están proscritos, el derecho a la huelga no existe, lo que entendemos por movimiento obrero ni siquiera está en pañales y la Fiesta del Trabajo es una falacia. Y como en economía nadie cree en milagros, cabe preguntar si estas curiosas "relaciones laborales" son el secreto de los crecimientos espectaculares de esas economías emergentes, que causan tanta admiración y hasta papanatismo en occidente.
En fin, que aun admitiendo algún defecto, larga vida a la legislación laboral, al movimiento sindical y a sus conquistas sociales. Algo que tendrán que crear los trabajadores de esos países para que, tras la economía global, se globalicen también sus derechos y los de los niños.
No comments:
Post a Comment