En el banquillo siete jóvenes vigueses y su delito, haber sustraído de un bar de una bandeja con diez cruasanes. El fiscal sostiene que son responsables de un delito de robo y por ello se enfrentan a penas que van desde los siete a los diez meses de prisión. Pero el caso puede entrañar una mayor gravedad si se demuestra que los chicos comieron los cruasanes. Entonces estaríamos ante un delito consumado y podrían caerles entre uno y tres años de cárcel. En cualquiera de los casos, la pequeña travesura nocturna les va a salir cara.
El juicio, que se iba a celebrar la semana pasada y se suspendió hasta septiembre por falta de "un testigo clave", moviliza a siete abogados de oficio, siete procuradores, el fiscal, el juez y el personal auxiliar para juzgar a siete "peligrosos delincuentes". Estiman los expertos que el coste para la Administración se acerca a los 4.500 euros.
El juicio, que se iba a celebrar la semana pasada y se suspendió hasta septiembre por falta de "un testigo clave", moviliza a siete abogados de oficio, siete procuradores, el fiscal, el juez y el personal auxiliar para juzgar a siete "peligrosos delincuentes". Estiman los expertos que el coste para la Administración se acerca a los 4.500 euros.
Seguramente estamos ante un procedimiento jurídicamente impecable. Pero ante casos como este es inevitable acordarse de los miles de delincuentes convictos que andan sueltos por resoluciones pendientes; del agresor sexual que estaba en libertad con cargos y hace unos días consumó una nueva violación en Melide; o de la sentencia del Tribunal Constitucional que en febrero absolvía a los Albertos de una condena de cárcel impuesta por el Tribunal Supremo por delitos de estafa y falsedad. Y no es fácil digerir la inmensa desproporción de trato de la Justicia entre los diez cruasanes supuestamente robados y los 4.000 millones de pesetas del caso Urbanor.
Por eso, muchos ciudadanos están convencidos de que es más fácil acabar en la cárcel por el robo de una gallina que por una estafa de considerables proporciones económicas. Y perciben que no todos somos iguales ante la ley o que la ley no es igual para todos.
Curros, en el poema Mirando ó chau, presenta a Dios contemplando desde las nubes un sinfín de miserias humanas en la tierra y al ver el desenlace de un juicio exclama: "Si esto é xustiza, que o demo me leve". Sería una osadía cuestionar esta conclusión del Altísimo.
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