El relato bíblico de los Magos que llegaron a Belén siguiendo a una estrella tuvo una continuidad parcial el año pasado en la ruta de África a Canarias a bordo de un cayuco, según cuenta en su diario Djibril Faye, nombre bajo el que se oculta un joven senegalés. Tras la emoción de la salida y la normalidad de las primeras horas, Faye refiere el progresivo deterioro de la convivencia, los gritos de los que caían al mar, cómo muchos compañeros se volvieron locos en la travesía y los fallos sucesivos de los escasos útiles de navegación que desesperaban al "pasaje". Anotó en su diario que tras varios días navegando, cuando el GPS dejó de funcionar "solo nos quedaba una brújula y esa noche tuvimos que navegar guiados por las estrellas" hasta arribar a su peculiar Belén.
Es el drama de los africanos que llegan medio desnudos, desnutridos, casi moribundos en los cayucos, que son el síntoma de la enfermedad porque el problema está en el subdesarrollo y las precarias condiciones de vida en África. Allí "gobiernan" las mafias, nacidas al amparo de dirigentes corruptos que son hijos legítimos de las potencias colonizadoras occidentales. Con total impunidad esquilman a adolescentes y jóvenes, a hombres maduros y a mujeres embarazadas y hasta con niños pequeños que embarcan en los cayucos para emprender una aventura que tantas veces concluye en enorme tragedia y, en el mejor de los casos, los deposita en un lugar del primer mundo donde les espera la marginación, el rechazo o la explotación. Su delito es querer trabajar para huir de la miseria.
Ningún Estado por si solo tiene la solución a este problema, que requeriría un vuelco del llamado "orden internacional". Pero harían bien las naciones ricas en gestionar de otra forma estos movimientos de población y los que vienen de otros continentes. Por tres razones: para evitar el espectáculo de la inmigración ilegal; porque los necesitan para mantener sus sistemas productivos; y porque quieran o no, seguirán llegando ya que nadie es capaz de poner puertas al hambre y a la falta de un horizonte decente para construir el futuro.
Es el drama de los africanos que llegan medio desnudos, desnutridos, casi moribundos en los cayucos, que son el síntoma de la enfermedad porque el problema está en el subdesarrollo y las precarias condiciones de vida en África. Allí "gobiernan" las mafias, nacidas al amparo de dirigentes corruptos que son hijos legítimos de las potencias colonizadoras occidentales. Con total impunidad esquilman a adolescentes y jóvenes, a hombres maduros y a mujeres embarazadas y hasta con niños pequeños que embarcan en los cayucos para emprender una aventura que tantas veces concluye en enorme tragedia y, en el mejor de los casos, los deposita en un lugar del primer mundo donde les espera la marginación, el rechazo o la explotación. Su delito es querer trabajar para huir de la miseria.
Ningún Estado por si solo tiene la solución a este problema, que requeriría un vuelco del llamado "orden internacional". Pero harían bien las naciones ricas en gestionar de otra forma estos movimientos de población y los que vienen de otros continentes. Por tres razones: para evitar el espectáculo de la inmigración ilegal; porque los necesitan para mantener sus sistemas productivos; y porque quieran o no, seguirán llegando ya que nadie es capaz de poner puertas al hambre y a la falta de un horizonte decente para construir el futuro.
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