En un programa de una televisión de perfil informativo-crónica rosa contaron el caso de una señora que decía padecer fibromialgia, artritis reumatoide, artrosis… y además estaba operada de las rodillas, con una prótesis en una de ellas. Las imágenes, que siguen valiendo más que mil palabras, eran elocuentes: la cara y los gestos de dolor de la enferma, así como la silla de ruedas y el andador, que no parecían traídos para la ocasión, corroboraban tanta dolencia.
Pues a pesar de este estado de deterioro físico, la señora del relato había perdido siete juicios en su lucha por obtener la incapacidad permanente para el desempeño de su trabajo, pese a acudir al juzgado con los pertinentes certificados médicos.
Contrasta este rigor en la aplicación de la ley con la excesiva indulgencia hacia otras incapacidades cuya puerta de entrada es la incapacidad temporal, conocida en lenguaje coloquial como baja laboral. La CEOE, que se queja del gran número de bajas, sostiene que al menos una de cada cuatro es fraudulenta porque la llamada a revisión de los supuestos enfermos por la Inspección de la Seguridad Social produce el efecto de que un 25% se incorpore al trabajo al día siguiente. En muchos casos, según la patronal, las bajas se amparan en enfermedades que presentan dificultades para un diagnóstico certero, como son las psicosociales: ansiedad, estrés o depresión y otras, y sospecha que detrás de ellas se ocultan muchas simulaciones.
He ahí dos varas de medir: la rigurosidad de los jueces con la señora que llevó su caso a televisión y la blandura de la atención primaria que reparte generosamente bajas laborales que a veces hasta se utilizan como elemento de presión en situaciones laborales conflictivas, como parece que hicieron los policías y otros funcionarios de A Coruña, Lugo y Ferrol.
Es una muestra de nuestra peculiar picaresca. Lo lamentable es que estos pícaros que fingen enfermedades, además de causar un perjuicio a sus empresas y a sus compañeros, perjudican a los enfermos de verdad, que a veces pasan por el trance de ser sospechosos de vagos y poco trabajadores.
Pues a pesar de este estado de deterioro físico, la señora del relato había perdido siete juicios en su lucha por obtener la incapacidad permanente para el desempeño de su trabajo, pese a acudir al juzgado con los pertinentes certificados médicos.
Contrasta este rigor en la aplicación de la ley con la excesiva indulgencia hacia otras incapacidades cuya puerta de entrada es la incapacidad temporal, conocida en lenguaje coloquial como baja laboral. La CEOE, que se queja del gran número de bajas, sostiene que al menos una de cada cuatro es fraudulenta porque la llamada a revisión de los supuestos enfermos por la Inspección de la Seguridad Social produce el efecto de que un 25% se incorpore al trabajo al día siguiente. En muchos casos, según la patronal, las bajas se amparan en enfermedades que presentan dificultades para un diagnóstico certero, como son las psicosociales: ansiedad, estrés o depresión y otras, y sospecha que detrás de ellas se ocultan muchas simulaciones.
He ahí dos varas de medir: la rigurosidad de los jueces con la señora que llevó su caso a televisión y la blandura de la atención primaria que reparte generosamente bajas laborales que a veces hasta se utilizan como elemento de presión en situaciones laborales conflictivas, como parece que hicieron los policías y otros funcionarios de A Coruña, Lugo y Ferrol.
Es una muestra de nuestra peculiar picaresca. Lo lamentable es que estos pícaros que fingen enfermedades, además de causar un perjuicio a sus empresas y a sus compañeros, perjudican a los enfermos de verdad, que a veces pasan por el trance de ser sospechosos de vagos y poco trabajadores.
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